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Lunes, 23 Octubre 2017 15:24

Giampaolo Nalli, el izquierdista

Escrito por
Teatro de los Andes, Yotala, 2012 Teatro de los Andes, Yotala, 2012 Mabel Franco

Sereno, bueno, el diablo podía emerger de ese remanso de paz.

Ver: https://www.youtube.com/watch?v=_Jj4v1txZDI

En su viejo, viejísimo auto, solía pasearse entre Sucre y Yotala acompañado por Lucio Battista, Ornella Vanoni y otros de sus compatriotas. Sólo Dios sabe cómo cruzaba el río Cachimayu para llegar hasta la casa de Teatro de los Andes, en la orilla de enfrente, en el lugar llamado San Roque. Cabe suponer que sus maldiciones en italiano funcionaban, pues pese a las bromas de los amigos por la carcacha en la que se embutía, Giampaolo Nalli se aferraba al volante, pues no era de ceder fácilmente y menos de gastar dinero sin motivo.

Izquierdista convencido y practicante, en su país trabajó con niños de barrios italianos, en los parvularios más propiamente. La semilla de un mundo mejor debía crecer allí, entre los humanos todavía libres para pensar también en los demás y antes de que la sociedad competitiva los absorba.

En esas y otras lides parecidas andaba cuando su camino se cruzó con el de César Brie, argentino, hombre de teatro con quien trabó una relación de amistad. Una amistad que le llevaría a él, sin ser actor ni nada parecido, a cruzar el mar en aras de un proyecto de locos: dejarlo todo a sus casi 50 años para asumir una vida en América, que pronto adquirió el nombre de Bolivia, y de Yotala en definitiva.

La historia está dicha y redicha, aunque ahora que se mira hacia atrás, sin datos precisos que hagan justicia al italiano. En todo caso, sépase que César y su compañera entonces, Naira González –hija de Edgar Darío González, quien en los años 70 había creado en Bolivia el Teatro Runa-, fundaron en 1991, junto a Paolo, el Teatro de los Andes.

Paolo, el gigante de pelo largo y barba –aspecto que no cambió en los 25 años que vivió en Bolivia, salvo por las canas que decidió atar en una coleta eterna-, asumió desde un principio su responsabilidad clave en la comunidad teatral: iba a ser el cable a tierra. Gracias en muchos sentidos a él, el grupo pudo volar, atravesar los contratiempos que, luego del primer periodo de entusiasma implementación: compra de una exhacienda, reclutamiento de actores, etc., se topó con falta de dinero, de comida incluso. Lo contaba él mismo, en 2012, sentado en la cocina-comedor de la casa de San Roque: sus incursiones por los mercados de Sucre en busca de verduras, de carnes, de lo que le ayudara a alimentar a hambrientos artistas, regateos de por medio en su cuasi castellano que, en verdad, en cuarto de siglo que vivió en Bolivia, apenas mejoró.

El italiano Nalli, amante de la buena comida, sufrió más que nadie aquellos meses en los que, consumidos los ahorros y en pleno montaje de la obra “Colón”, había que comer las verduras sembradas por los mismos artistas: acelgas, sólo acelgas que hervían para la sopa, para un guiso, una ensalada… nada de carne día tras día. Los actores y actrices se entretenían en los duros entrenamientos y creación de la obra; Paolo, que no entraba a la sala de ensayos hasta que César Brie lo llamaba para ver el resultado, se comía las uñas de hambre. Quizás por eso, el director lo convenció no sólo de asistir al proceso creativo, sino de participar de él. Giampaolo hizo la percusión en “Colón”: fue su debut y despedida.

Sereno, bueno, el diablo podía emerger de ese remanso de paz. “Yo aguanto, yo aguanto; pero cuando alguien se excede pego un grito o lo tomo del cuello… Eso suele bastar para imponer el respeto que nos debemos”. Una forma de ser que ayudó a salvar los roces de la vida en común del grupo que llegó a poner en la misma a casa a italianos, españoles, argentinos, aymaras, quechuas…

Giampaolo Nalli estuvo casado en Italia. Se separó en algún momento de la mujer que ahora, en 2017, le acompañó en sus días de enfermo. “Lo cuida”, confió en agosto reciente Gonzalo Callejas, actor y artesano en Teatro de los Andes que llegó a La Paz para montar la escenografía de la obra “Ricardo III” (Diego Aramburo), esperanzado entonces en el retorno del patriarca para retomar el ritmo de trabajo del grupo. “Estábamos preparando una obra con Alice (Guimaraes), pero la dejamos de lado por la enfermedad de Paolo; su viaje la obligó a asumir la coordinación y no es fácil”.

Nada fácil debe ser. De muchas personas que alguna vez fueron parte del grupo, luego de la partida de Brie quedaron cuatro en Yotala: Callejas, el quechua; Guimaraes, la brasileña; Lucas Achirico, el aymara, y, como coordinador general, Nalli el tano.

¿Por qué Paolo no vendió su parte de la antigua hacienda? ¿Por qué no retornó a su tierra? La conciencia de que “provocamos algo y de alguna forma somos responsables también; no digo que nos quedemos porque hay mucha gente joven a la que motivamos a hacer teatro, sino porque no queremos ser como muchos extranjeros que vienen, provocan y se van”, afirmó cuando el grupo preparaba el “Hamlet de Los Andes”, la obra que en 2012 sirvió para rearticular el trabajo del grupo, con Diego Aramburo como director invitado, y asumir la propia historia de orfandad respecto de Brie. 

En agosto de 2016 se cumplieron los 25 años de Teatro de los Andes; pero la celebración se armó en enero de 2017, en La Paz, la ciudad que desde el principio fue nomás la plataforma para lanzar las obras del grupo. El Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez –el mismo en el que por vez primera se habían presentado unos desconocidos César Brie y Naira González a principios de los 90- abrió este año su programación con un festival homenaje al grupo. Paolo se empeñó en ello y, pese a que ya se sentía enfermo sin decírselo sino a sus compañeros de trabajo, estuvo al pie del cañón cada uno de los siete días que duró la temporada producida por Pierre Ferrier y Marta Monzón.

En ese festival -auspiciado por la Secretaría Municipal de Culturas, sin cuyo apoyo no se hubiese podido realizar-, Los Andes presentaron tres obras clave de su historia: “En un sol amarillo”, del tiempo en que el dramaturgo y director Brie daba forma a las ideas de los actores; “Hamlet de Los Andes”, la primera sin el maestro, y “Mar”, la segunda de la nueva era. Y, por empeño del propio Paolo, fueron elegidos para armar el programa algunos de los amigos de escena y de vida de esos 25 años: Freddy Chipana, que siendo casi un adolescente se unió a Los Andes hasta sentirse listo para tomar el camino propio; Teresa Dal Pero, una de las actrices de “Colón”, persona clave del grupo hasta su alejamiento en 2002 y que acababa de retornar al país para ser parte de “Momo” (Octáfono, de Wara Cajías); el argentino Sergio Mercurio, el Titiritero de Banfield, y Arístides Vargas, del grupo ecuatoriano Malayerba, quien además es el director invitado de “Mar”.

Aquel 26 de enero de 2017, Giampaolo Nalli tomó la palabra desde el escenario. Se subió allí como no había hecho antes, aunque con su pinta de siempre: polera clara debajo de la camisa de algodón a cuadros, zapatillas… Dio por inaugurado el festival y lanzó el llamado/desafío: 25 años no se cumplen fácilmente. Siempre falta el apoyo de las instituciones, de las empresas, pero sobre todo del público para seguir creando.

“No he dejado de ser izquierdista”, confesó luego, en alguna de las charlas de café durante el festival. Eso significa, dijo más o menos, mantener la fe en las personas, en que se puede construir un mundo distinto del que vemos a diario. “Yo no soy hombre de teatro, no actúo, no escribo; pero sé que el arte que propone reflexionar sobre la condición humana, con honestidad, con ética, puede ayudar en esa búsqueda”.

El grupo teatral, la comunidad interna, fue para Paolo algo así como la constatación de que el objetivo mayor podía ser una realidad, con problemas y crisis incluidas. Por eso también su apuesta total por Los Andes. Lo describió en 2012: “Yo creo en este tipo de trabajo, el grupal, no en el individual. No se trata de pensar lo mismo, sino de confrontación, de discusión, de ideas diferentes, para que de ahí nazcan las cosas. Por eso quisimos reunir a gente de todo tipo de cultura. Yo sigo compartiendo a diario con mis amigos quechua y aymara y no me convierto en ellos. Esto es lo grande de Teatro de los Andes, por lo que hicimos obras buenas: había un gran director y maestro de la puesta en escena (Brie); pero también chicos fantásticos para inventarse las cosas”.

El 6 de septiembre de 2017, Paolo murió en su natal Italia. No quiso adoptar la nacionalidad boliviana; “soy italiano, no soy otra cosa, y no por ello dejo de ser un habitante más de Bolivia”, decisión que, en su enfermedad, le alejó del país, pues sin registro de artista (el Ministerio de Culturas no lo otorga si no se es boliviano, aun si la persona, como Paolo, radique en el país), sin seguro de salud, sin familia cercana que lo cuide, no podía hacer otra cosa.

 

Visto 2022 veces Modificado por última vez en Martes, 21 Noviembre 2017 11:54
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