Al entrar, la comunidad parece un lugar tranquilo, como si nunca hubiesen pasado policías persiguiendo a los vecinos y sacándolos de las casas, ni llenando las calles de gas, ni pateando puertas y ventanas. Pero, una vez dentro, aún pueden verse las ollas donde se cocía la comida la tarde del 18 de agosto, y que nadie llegó a probar, porque fueron quemadas; se ven cristales rotos por el suelo, puertas sin cerraduras y caras largas y tristes. Una persona de las que aquel día fueron aprehendidas resume la escena: "Este dolor no se va a borrar fácilmente".
Gemma Candela / Santa Cruz