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Miércoles, 25 Marzo 2015 00:57

Envenenar mascotas, la salida cruel de la irresponsabilidad

A nadie le gusta que animales sueltos en las calles ensucien la puerta o la acera de su edificio o que destrocen las bolsas de basura que se deja en la calle; pero eso no se soluciona envenenando a las mascotas. El tema habla de una ciudad insensible, de autoridades ciegas y sordas ante los reclamos de los activistas y vecinos que entienden que los animales son seres que tienen todo el derecho de vivir y que la responsabilidad de que lo hagan sin generar problemas es de los humanos.

Carla Hannover, periodista

Cada vez que llegaba a casa, Chinito salía a darme encuentro. Escuchaba mi llamado, mis pasos y saltaba por la ventana de la lavandería para darme la bienvenida y, cuando me daba alcance, frotaba su alargado cuerpo entre mis tobillos impidiéndome caminar. Cuando le daba pereza salir a mi encuentro, me esperaba sobre la mesa listo para nuestro habitual cabezazo de amor. Y cuando me tocaba trabajar, no había otra cosa que disfrutara más que pasearse sobre las teclas de mi computadora.

chinito

Hace un par de semanas mi gato falleció a causa de un fulminante veneno que algún vecino colocó cerca de mi bloque en Los Pinos, al sur de La Paz. Chinito, como muchos otros animalitos, era un vecino más del barrio. Le gustaba recorrer los jardines, tomar el sol sobre alguno de los techos de los garajes o trepar por algunos de los arboles cercanos al bloque ¿Hacía algún daño? No lo creo.

Desde entonces no puedo dejar de pensar en mi amado felino y en todo el sufrimiento que le causaron. En ese afán, un tanto masoquista dirán ustedes, me puse a investigar qué le causa el veneno a un animalito cuando éste lo ingiere; la respuesta es escalofriante…

Me enteré de que el raticida, la estricnina o cualquier veneno que ingiere un animal provoca que su cuerpo se comprima y que las extremidades se endurezcan. Los pulmones empiezan a trabajar con dificultad y las cuerdas vocales dejan de vibrar. Ante la falta de oxígeno, el animal trata de respirar pero los músculos, completamente duros y contraídos, no responden... no continúo porque me cuesta describir tal sufrimiento.

Hasta hoy sigo sin entender ¿qué tipo de persona puede causar conscientemente tanto dolor a un ser vivo? ¿Qué clase de “personas” viven en Los Pinos que, por buscar un barrio “más limpio”, terminan ensuciándolo aún más con semejantes actos? Por lo que me cuentan los vecinos, hay gente que dice estar cansada de que los perros abandonados –que habitan en Los Pinos- ensucien o causen desorden en el barrio y que por eso han empezado a esparcir veneno por todo lado.

Estoy consciente de que a nadie le gusta que le ensucien la puerta o la acera de su bloque o que destrocen las bolsas de basura que dejan en la calle, pero eso es algo que no se soluciona envenenando a los animales. Por el contrario, el dolor que causan estos vecinos amparados en el anonimato es enorme, porque no sólo sufre el animal, sufrimos también quienes los amamos sin importar su procedencia, raza o pedigree, y quienes velamos por esos animalitos que ya llevan una vida difícil tras haber sido abandonados por sus irresponsables dueños.

Mi Chino, adoptado porque su familia inicial no lo podía tener más, no fue la única víctima. A los pocos días también murió envenenado Beto, un coocker que vivió cerca de una década en el barrio. Su familia ha quedado tan desconsolada como la mía.

En todo este panorama, es realmente desalentador ver que la historia fácilmente se repite en otros lugares, como en Villa Belén, en Cochabamba, donde cinco perros fueron evenenados por una vecina intolerante con los animales, o como lo ocurrido en Terracor, en Warnes (Santa Cruz), donde más de 70 canes fueron sacrificados con crueldad indecible. En todos los casos los vecinos que han envenado a los animales han quedado sin castigo, dejando cada vez a más ciudadanos indignados y desesperanzados. ¿Por qué el proceso de cambio no ha apostado por educar mejor al ciudadano y por generar mayor conciencia en nuestros gobernantes?

Para colmo, destroza la indiferencia de las autoridades que parecen haberse encaprichado en no promulgar la Ley de protección animal, que lleva más de 14 años intentando ser consensuada, y que deberá esperar quién sabe cuánto tiempo más en vista de que los legisladores de turno se han empeñado en defender prácticas culturales terriblemente crueles contra seres que tienen todo el derecho de vivir.

Si las autoridades no tienen prisa en aprobar la norma que la ciudadanía pide a gritos, por lo menos deberían colaborar con ésta para evitar que casos de crueldad se sigan replicando ante la impotencia de cientos de vecinos que marchan casi cada fin de semana exigiendo una Ley de protección animal o una herramienta que permita prevenir o castigar semejantes actos de crueldad que hacen presa incluso de caballos.

¿Por qué hasta ahora no han sido capaces de colaborar con los grupos de activistas que trabajan sin cesar concientizando a la población de que adopte mascotas y que no las compre, de que cuide a sus animales, los esterilice, se encargue de las vacunas y demás obligaciones que todo ciudadano debe cumplir estrictamente cuando asume la responsabilidad de criar una mascota?

¿Por qué no instalan contenedores sólidos para que los perros callejeros no terminen deshaciendo las bolsas de basura que el vecino deja a cualquier hora porque le da flojera salir cuando pasa el carro basurero?

¿Por qué no han creado hasta ahora un centro de acogida para animales abandonados e instaurado programas de adopción responsable en vez de continuar con la cruel propuesta de una perrera?

¿Por qué en vez de atender un problema tan grave de urbanidad como son los animales callejeros, aunque prefiero decirles abandonados porque en el fondo eso son, han preferido hacerse de la vista gorda y dejar que éstos se proliferen y, más grave aún, dejar una responsabilidad no menos importante que otras en manos de los activistas?

Y por último, ¿por qué no se controla con mayor seriedad la comercialización de venenos en el país?, porque al parecer aquí es muy fácil adquirirlos, sea para deshacerse de un animal o inclusive de un ser humano. Desde ya alerto que mis vecinos de Los Pinos, los que están muy dolidos por la pérdida de sus mascotas y otros “amigos callejeros”, están tan indignados que han anunciado acciones contra quienes están envenenando a los animales: vaya uno a saber qué tipo de acciones.

“Quien ha hierro mata a hierro muere”, han escrito en una decena de carteles que alertan sobre el envenamiento de las mascotas y que están colgados por todo el barrio. Probablemente algunos esperaremos que la justicia divina se encargue de quienes cometen actos tan horribles como los que nos ha tocado ver. Sin embargo, si realmente sucediera algo terrible, no será por falta de advertencias.

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