2. Un hombre al que no le gusta el fútbol es:
A) Sexy 8%
C) Normal 58%
B) Medio raro, ¿no? 34
Sustancias volátiles
“No es preciso entender a los que aman este deporte, pues su comportamiento o es muy fluctuante: su único apetito es el de la competitividad y en eso son golosos. Son seres poseídos por la latente convulsión que en ellos provocan los pases, saben cómo abstraerse en los penales, zambullirse como delfines en los corners, conmoverse con las expulsiones y agarrotarse en los alargues; por si fuera poco, muchos creen que la vida debería ser un eterno tiro libre. Sus emociones por el juego son tan legítimas como el comer todito, dormir bonito y ganar más que un poquito. Los hombres son sustancias volátiles cuando ven un partido, se evaporan en cada salto, canto o insulto. Su atención es inasible. Son como la palabra Gol: inevitables. Fetichistas de las palabras, pueden decir 69 palabrotas en un solo medio tiempo". Ceci Ibáñez, artista
Machos, lo de antes
"El fútbol es de machos pero, como el mundo anda de cabeza, ya ni siquiera la virilidad, en su expresión más rígida, se mantiene firme. La mujer ha puesto en evidencia al hombre vencido, que con el arco roto se deja golear por el sexo opuesto en las graderías de nuestros padres. Esto es el acabose. Ha caído el último bastión de la masculinidad, el reducto sublime de la independencia varonil; ¡ay!, que duelen los pases perfumados de jazmín, el dribling quebradizo, la artera sensibilidad en la raya del fondo.
Machos, ni qué decirlo, eran los de antes. El macho, hoy, tranquilamente puede ser una mujer, la “mujer macho” que entiende el fútbol mejor que su fláccida contraparte. Habremos de sospechar, machos machos y machos hembras, del hombre al que no le gusta el fútbol.
¿En qué momento y con el permiso de quién se sacó esta oveja descarriada la camiseta que le colocó su padre el día de su nacimiento? Macho menos, macho cabrío, alguna vez te enseñaron que el escudo del club se lleva tatuado en el pecho, que no hay amor más sagrado que al trapo ni goce mayor que la derrota del eterno rival.
Macho rosa, cómo decirte ahora que la pelota no se mancha. Que al árbitro se lo putea. Que se silba —por lo que sea y como sea—; que se alienta hasta en los peores momentos y se sufre, pero con hombría.
Cómo enseñarte, ahora, que el fútbol es de machos, muchacho. De cuando los machos machos eran los de antes. Oscar Díaz Arnau, escritor