Milton Caballero
El musical Los Miserables (adaptada por la compañía de danza All That Jazz y Prodeartes) se estrenó con un lleno completo en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez. Por el desempeño del elenco y la cantidad de espectadores, efusivos a la hora de los aplausos, se podría considerar un arranque exitoso. Pero no todos los espectadores sintieron las mismas emociones; más allá de la sinopsis: “la redención, en la eterna lucha del bien contra el mal”, que las directoras del musical (Érika Ayala y Ana Espinoza) adelantaron a la prensa escrita, lo que puso en evidencia la obra fue la eterna diferencia entre el ciudadano de primera y el de segunda y hasta tercera clase.
Ocurre que el teatro Municipal, modelo que reproduce las diferencias de clase: platea y palco para los pudientes, anfiteatro y galería para el pueblo llano, impide a estos últimos ver las obras plenamente. Quien no logra ubicarse en la primera fila del centro de esos espacios, es decir de frente al escenario, se va a perder gran parte de la obra. Desde anfiteatro (Bs 70) y galería (Bs 40) no se ve sino partes del espectáculo, y el resto hay que imaginárselo.
Para Los miserables, la compañía recurrió a proyecciones a fin de ambientar las escenas. No podría decir qué exactamente muestran las imágenes, pues no logré distinguirlas desde mi asiento en anfiteatro. Y resultó hasta cómico quedarme con la imagen de las piernas de los actores cada vez que éstos subían a las barricadas que dispone la escenografía para recrear episodios dramáticos de una revolución fracasada.
Lo que digo, que no debe ser desconocido para las autoridades municipales, me lleva a preguntar: ¿No sería mejor y más honesto ofrecer a los espectadores sólo las ubicaciones apropiadas a la hora de vender las entradas? O ¿venderlas mucho más baratas? ¿O al menos regalar a los pobres espectadores el programa y no venderlo a Bs 5, como a los más privilegiados?
Por lo que sé, cuando los programas son gratuitos, ni siquiera se los reparte a quienes entran por la “puerta trasera” de galería y anfiteatro.
Menos mal que la obra no reflexiona sobre las diferencias entre los ciudadanos pudientes y los que no lo son. ¿O sí? Es que en serio no pude verla.