Pablo Andrés Rivero, investigador y consultor en comunicación política y TIC para el desarrollo
El proceso electoral nacional del domingo 12 de octubre reciente fue el octavo consecutivo desde la recuperación de la democracia en Bolivia. Como en anteriores oportunidades, la jornada estuvo marcada por el entusiasmo democrático de la ciudadanía que participó masivamente a pesar de la obligatoriedad del voto.
Aunque el conteo sigue a la conclusión de esta nota de opinión, el resultado general está definido y más bien queda por dilucidar la composición final de la Asamblea Plurinacional y si el MAS-IPSP obtuvo o no los dos tercios de representación.
Los balances y análisis sobre el resultado electoral están saturando los medios y seguirán siendo tema, al menos hasta que se tenga completamente definido el mapa de escaños. Por otro lado, queda abierto el debate sobre el desempeño de la oposición, el recambio de liderazgos y las estrategias de ‘voto nacional y territorial’ del MAS.
En esa intención de caracterizar los aprendizajes, me han preguntado, una vez más durante este proceso electoral, cuánto influyen las redes sociales en internet en el voto, cuál fue su rol en el día de las elecciones y las particularidades de la web en este proceso electoral.
No ambiciono responder de manera exhaustiva, por lo que me concentraré en algunos aspectos relevantes y aprendizajes de cara al futuro político y electoral.
Parto siendo categórico -y quizá reiterativo- en un argumento: no existe evidencia científica o empírica que respalde la relación directa de influencia o condicionalidad del voto por mensajes, publicidad o acción comunicativa desde estas plataformas en la web en Bolivia, Latinoamérica u otras partes del mundo occidental.
Mi hipótesis de trabajo, en todo caso, es que la campaña electoral es un momento de intensa vida política que ocupa todos los espacios comunicacionales, sean estos formales e informales, tradicionales o digitales, y que todos o cualquiera, de manera aislada o interrelacionada, pueden influir en la decisión de la y el votante, en particular de las y los indecisos que toman una decisión a último momento.
A pesar de las aún amplias brechas y asimetrías en acceso, uso intensivo y calidad de la conexión de internet, asistimos a la primera elección en la que las plataformas sociales en la web intervinieron como un recurso más de campaña. Facebook y Twitter fueron fundamentalmente los canales de flujo de información y construcción argumentativa orientada sobre todo a jóvenes, clase media urbana y muchos formadores de opinión, quienes estuvieron atentos a los que sucedía en las “redes sociales” para amplificarlo en los medios tradicionales.
La campaña en general tuvo características muy predecibles y formatos de campaña muy poco creativos; ésta fue también la tónica en la web, más allá de un par de temas sugerentes o activadores de movilización / agenda electoral como el “carajo no me puedo morir”, “machistas fuera de la lista” o “la ola azul”, por citar tres movidas en la web.
Lo malo
Dos aspectos nada elogiables deben comentarse. En primer lugar, la ineficacia del Tribunal Supremo Electoral, entre varias y más graves falencias, en la puesta en marcha de herramientas digitales a tiempo para la información a la ciudadanía y recursos de interacción con votantes antes y durante la elección.
En segundo lugar, la débil preparación de la mayoría de los medios para converger recursos tradicionales con digitales en la cobertura electoral. Salvo algunas excepciones, los medios no prepararon recursos web interactivos, se disputaron innecesariamente “hashtags” dispersando el flujo de las conversaciones en la web y varios actuaron en una lógica aún ‘analógica’.
En síntesis, los partidos y candidatos comprobaron que los canales digitales son un recurso más de comunicación política que debe planificarse y articularse a la estrategia de campaña. Varios de los medios, en principio mejor preparados, mostraron aún débil comprensión y aprovechamiento de los recursos en la web para coberturas electorales. La ciudadanía se mantiene a la vanguardia de las conversaciones y en muchos casos aplicaciones de recursos digitales de comunicación, aunque la desarticulación y prácticas de intercambio entre “círculos y redes privadas” no contribuyen a un debate más abierto.


