El mercado, la justicia, la sexualidad, el poder... cada espacio de vida en sociedad puede ser analizada por el bagaje teórico y la mirada política del feminismo. Una mirada de ya largo alcance, aunque en constante construcción y necesario estado de alerta, según se puso en evidencia en las jornadas Conectar para Emancipar.
Mabel Franco / La Paz
El feminismo es una herramienta para mirar críticamente la realidad, para develar las lógicas de poder que hacen presa de las mujeres, pero asimismo de los hombres. Y es también, debe serlo, un instrumento para proponer soluciones.
Ésta es una de las conclusiones que permiten las jornadas en las que se reunieron mujeres de distintas procedencias y campos de investigación y activismo en países de América Latina, celebradas en La Paz durante dos días de abril de 2016 bajo el principio de “Conectar para Emancipar”.
Otra conclusión tiene que ver con el manejo del instrumento, con el conocimiento para su apropiación; pues está claro que las realidades en las que viven las mujeres no solamente las hacen diferentes, sino que muchas veces las privan de conocer cuánto se ha avanzado, qué está pendiente, pero sobre todo qué de su propia experiencia puede alimentar ese bagaje teórico que, a la manera de lentes, ayuda a develar inequidades.
Las jornadas, propiciadas por Conexión Fondo de Emancipación, permitieron atisbar en el complejo tejido de conceptos y experiencias que enriquecen el feminismo en tanto teoría y en tanto movimiento político en constante construcción. Y enfatizaron en la necesidad de conectarse con otras luchas también: la de los pueblos indígenas, la de los afroamericanos, la de los ambientalistas y otros tantos actores colectivos que encarnan formas de conocimiento que subvierten un orden caracterizado por los desequilibrios de poder.
La economía, la política, el derecho, el cuerpo fueron ejes de la reflexión que mostró la magnitud de la lucha que, siendo diversa, se articula por un objetivo mayor: cambiar la mirada patriarcal, discriminadora y descalificadora sobre el ser y hacer de las mujeres, con la certeza de que ese cambio beneficiará a la sociedad.
La mirada que históricamente ha marginado, sojuzgado, privado, negado, cosificado a las mujeres, se ha impuesto como si fuese lo más natural del mundo. No es natural; pero qué difícil se ha hecho y se hace convencer a las sociedades de lo contrario. Se ha avanzado bastante, se mostró con datos, pero, fue la advertencia en el encuentro, lograr un cambio no quiere decir que se haya terminado la lucha, pues es evidente el riesgo de los retrocesos.
Las múltiples formas de violencia, que tienen en el feminicidio el dato más visible, pero también la violación, el acoso político, el peso de la religión, las costumbres y las leyes sobre la sexualidad, el placer, la reproducción, la división del trabajo, entre otras realidades, interpelan al feminismo, se dijo. Pero también lo hacen el extractivismo, la agresión a la naturaleza, el racismo, la homofobia… Realidades de injusticia, verticales, para las que el feminismo está en condiciones de proponer salidas, tal su trayectoria de lucha y de uso de aquellos lentes que amplían la realidad para diseccionarla.
Así, ocho expositoras –Natalia Quiroga Díaz y Fernanda Wanderley, Rita Segato y Carmen Elena Sanabria, Lilián Abracinskas e Ineke Dibbits, Virginia Vargas y María Lourdes Zabala-- compartieron sus descubrimientos y dudas, las que se complementaron en el debate con un auditorio compuesto por mujeres de ciudad y del área rural, de Bolivia y de Argentina, Colombia, Perú, Brasil y Uruguay, de personas de diversa identidad sexualidad, etc.
A calzarse los lentes
Fernanda Wanderley, investigadora social brasileña radicada en Bolivia y parte de la mesa “Produciendo y reproduciendo dignidad: Derechos económicos y centralidad de la vida”, ejemplificó lo dicho por Abrazinskas en el particular campo de la economía. Según ella, la reconstrucción de las trayectorias del movimiento feminista, sus hitos y sus hallazgos, es un camino que permite identificar las grandes y profundas contribuciones, pioneras en muchos sentidos, que cuestionan el propio paradigma de la economía, que subvierten la concepción de mercado, de familia, de producción y reproducción, que critican la división entre la esfera pública y la privada. “Son contribuciones del pensamiento feminista que han permeado la discusión académica y política”.
Por ejemplo, citó Wanderley, fue el feminismo el que puso en cuestión el concepto del trabajo como aquél que reconoce como tal solamente el remunerado, y que invisibiliza o menosprecia el no remunerado. Fue el feminismo el que hizo notar la injusticia de vincular hogar con espacio de ocio, por tanto no productivo.
En la misma línea, la colombiana Natalia Quiroga Díaz radicada en Argentina sostuvo que el feminismo cuestiona el concepto de economía como productora solamente de ganancias, o el de mercado como único espacio donde se realiza la economía, pues esa concepción ha tenido, tiene, fuertes consecuencias negativas en los cuerpos de las mujeres en la medida en que su cualidad reproductiva, por ejemplo, queda fuera de la economía, marginada en el seno la familia cuyo cuidado, de paso, recae sólo sobre ellas.
¿Cuál es, frente a lo dicho, la propuesta feminista?
Según Quiroga Díaz, una economía para la vida, una economía que propone como sujeto principal no la ganancia sino la vida misma. Un enfoque que devela las trampas de la expansión del mercado bajo la figura de una supuesta inclusión de ellas, tal cual hacen las multinacionales que llevan dinero a las mujeres a cambio de altísimas tasas o que las reclutan como promotoras (Esika y otras firmas) sin reconocerlas como trabajadoras, vendiéndoles como de favor un “empoderamiento” que en realidad no hace sino aprovecharse de su capacidad y de sus círculos sociales para introducir productos.
“Salgamos de la trampa del mercado”, propuso la colombiana. Salgamos de ese escenario en el que las mujeres sin ingreso son mujeres sin libertad y “reconozcamos aquellos espacios donde se realiza la economía más allá del mercado”.
Para Wanderley, la desmercantilización no es, sin embargo, suficiente. Primero, porque no hay un solo mercado, el liberal autorregulado, como plantea la mirada tradicional, sino varios y diversos mercados que las comunidades, los pueblos indígenas y otros hacen funcionar a diario. Espacios que, sin embargo, hay que mirar con una metodología feminista para evitar que también en ellos se reproduzcan las relaciones patriarcales de dominación y de poder.
Otro espacio para el debate, bautizado en las jornadas como “Patriarcado, liderazgos y visibilización pública: el marco político de nuestros Derechos”, tuvo como ponentes a las sociólogas María Lourdes Zabala Canedo, de Bolivia, y Virginia Vargas, de Perú.
Vargas es una convencida de que la participación política de las mujeres ha ampliado los horizontes democráticos de las sociedades, porque la interacción con el Estado, esa participación en espacios antes masculinos, no ha sido automática sino el producto de intensas luchas. ¿Es suficiente lo conseguido para haber puesto en crisis al patriarcado? Sí, dice la feminista; pero no lo es para despatriarcar. Esto hay que tenerlo muy claro a la hora de valorar, por ejemplo, logros como las cuotas o la paridad en estados que, como los latinoamericanos, mantienen rasgos claramente coloniales, donde se vive una “democracia de baja intensidad”, para citar a Boaventura de Sousa Santos.
Paridad y cuotas son conceptos distintos, explicó Vargas. Paridad no plantea la compensación de una injusticia, sino que es una manera de entender la democracia. Por ello, su aplicación no se limita a la inclusión de mujeres en listas, sino a la vida cotidiana. De allí que, con cuotas ganadas inclusive, hace falta que el Estado se adecue a los cambios estructurales que se vive en la sociedad, pues la distancia es la que mantiene los vicios. Dicho de otro modo: paridad sin despatriarcalización es sólo un remedo para las mujeres.
En ese contexto conceptual surge la preocupación por la representación. ¿Una mujer en el poder representa? ¿A quién? Hace falta, para hablar de representación, dice Virginia Vargas, implementar intereses compartidos. Es lo difícil, porque hay que preguntarse por esos intereses: ¿cuáles son los más interesantes? ¿quién los define? ¿Qué peso tiene el género, la etnia, la clase frente a intereses más abarcadores como los democráticos?
En cualquier caso, si no se entiende el tema de las mujeres no hay representación, como tampoco hay democracia, sostuvo la socióloga peruana.
“Hija, no des gusto a tu cuerpo”
El cuerpo, el placer, la sexualidad, la reproducción... son terrenos desde los que las mujeres vienen desafiando el orden conservador. Al respecto, con información sobre los hitos de la lucha feminista y con datos de investigaciones muy puntuales entre adolescentes del área rural paceña, se aborda la mesa “Mi cuerpo, el lugar que habito: Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos para la emancipación”.
Los derechos al respecto, expuso la uruguaya Abracinskas, son una invención moderna, un concepto en construcción y en proceso creciente de legitimación social y política. Son también un campo de lucha y disputa en la arena global, regional y nacional entre distintas concepciones de sociedad, del rol de las mujeres en ellas y de los sistemas de valores.
Ineke Dibbits, activista e investigadora holandesa radicada en Bolivia, apeló a un estudio entre estudiantes de un municipio rural de La Paz, para mostrar, cuidando de no hacer generalizaciones, cuán lejos se está todavía de romper tabúes sobre la sexualidad femenina. Cómo las hijas crecen escuchando a sus madres consejos que vinculan cuerpo con miedo. El estudio deja ver, por los testimonios de chicos y chicas, que ellas se preocupan más por complacer a la pareja que por su propio deseo, que deben lograr una profesión antes de casarte, como si el matrimonio fuese el único fin de todas maneras, etc. Y devela también que el aborto es una realidad presente, sin que se pueda decir si en condiciones de seguridad para las adolescentes, pero innegablemente presente.
La lucha por los derechos sexuales y por los reproductivos implica, así, nuevos conflictos para la democracia y para la laicidad de los estados, añadió Abraciskas. La despenalización del aborto así lo prueba, como también el reconocimiento de la diversidad sexual.
Lo privado, lo íntimo que se hace público y que exige su reconocimiento como derecho humano, la demanda a los estados para que garanticen condiciones de su pleno ejercicio, sin discriminaciones, el derecho a escoger a los/las propios compañeros sexuales y a ser libres en la expresión de la propia orientación sexual, así como del tipo de familias y decisiones reproductivas... He allí las propuestas feministas, como lo son la puesta en evidencia del derecho al placer, de la masturbación, de la autonomía del cuerpo, pues.
Propuestas que, coincidieron las ponentes, deben hacer carne en la sociedad, en las propias mujeres para que se materialicen. Porque ni el placer depende de un decreto, ni las leyes funcionan si las personas, para el caso las mujeres, no se apropian de ellas. Y una forma de apropiarse es la información compartida, sobre todo porque hay realidades muy distintas según hizo notar en su intervención una de las asistentes a las jornadas, Lucrecia Huayhua, una boliviana que proviene del área rural paceña y que dijo que había escuchado mucha información, que la agradecía, pero que veía que para llegar a sus compañeras debía asumir un arduo trabajo: traducir lo escuchado, lo asimilado, al aymara.
Tanta violencia, tantas violencias
La violencia contra las mujeres, en su faceta más feroz y visible, deriva en el feminicidio que, como prueban los números de la realidad latinoamericana, en lugar de disminuir ante la existencia de leyes para castigarla, se incrementa en cantidad y en grados de crueldad: en Bolivia, en sólo cuatro meses de 2016 se han producido 26 muertes violentas de mujeres por el hecho de ser mujeres, y más de 300 desde la vigencia de la Ley 348.
En Brasil, si en 2012 se mataba a una mujer cada dos horas, en 2013 ya era una cada hora y media, dijo la antropóloga Rita Segato, feminista argentina radicada en aquel país en el que, impeachment contra Dilma Rousseff como indicio, mucho de lo conquistado va retrocediendo peligrosamente por el retorno de una derecha recalcitrante. Una derecha que ya está dando señales, pidió Segato estar alertas, de censura en materia de despenalización del aborto o de los derechos de los homosexuales.
Según Segato, quien junto a la boliviana Carmen Elena Sanabria fue parte de la mesa "Desestructurar violencias: reafirmar subjetividades, consolidar nuestros poderes", la violencia letal es visible, mucho más difícil de esconder respecto de otras violencias contra las mujeres; pero sólo con esta información no se consigue mostrar el retrato real de lo que está sucediendo, de allí que sea preciso hacer un esfuerzo de comprensión, practicar una hermenéutica sobre las señales para develar lo que pasa más allá de la superficie y volver coherentes los datos dispersos.
¿Qué peso tiene entonces la ley para luchar contra las violencias? ¿Será la única vía para hacerlo? Sanabria cree que no, sobre todo cuando lo legislativo no tiene un correlato en el aparato judicial que, como pasa en Bolivia, no está preparado y, sobre todo, si persiste en considerar a las mujeres como víctimas y no como sujetos de derecho.
Parte de la lucha, de mantenerse alertas como se dijo antes, tiene que ver con el riesgo de cooptación de conceptos feministas por parte del poder. Los gobiernos han ido vaciando de contenidos a palabras como despatriarcalización, género, paridad y otras, para apropiárselas, domesticarlas y así integrarlas en sus políticas limitadas y carentes de recursos para la institucionalidad.
Los hombres, los otros
Sobre los hombres, esa parte de la sociedad que no se siente representada por el feminismo, que suele reaccionar con virulencia para descalificarlo, hubo una aproximación muy concreta por parte de Segato. La antropóloga citó una investigación realizada entre varones presos por violación en Brasil, trabajo que se hizo con una advertencia: se iba a recoger los testimonios no para perjudicarlos, pero menos para beneficiarlos. Al analizar las respuestas, se hizo evidente que ningún hombre había actuado como actuó por un impulso sexual desmedido, es decir por una libido descontrolada. Cada quien admitió que tenía o una pareja o más de una o que accedía fácilmente a servicios sexuales. ¿Por qué atacar entonces a una mujer? No hubo explicación.
Segato, que estudió también los feminicidios en Juárez (México) en 2013, compara lo que llama cofradía masculina con la estructura de la mafia: hay una hermandad de hombres que usan el cuerpo de la mujer como un bastidor para escribir en él su poder y así comunicarlo al resto de la sociedad.
Menos estructurado, ese afán de escribir podría estar detrás de los ataques sexuales también. Ese no saber por qué de los presos de Brasil podría ser el mismo que mueve a una pandilla o a un ejército a ensañarse con las mujeres, a lanzar el mensaje de dominio jurisdiccional impune e irrestricto.
Y quizás, también, la misma lógica de masculinidades puestas en evidencia funcione en cada ataque virulento, en cada descalificación dirigida al feminismo.
Como "otros" se presentaron en las jornadas los representantes de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales que desarrollaron proyectos respaldados por Conectar. La peruana Virginia Vargas lo había dicho contundentemente: "La lucha por la diversidad sexual es feminista, es parte de los imaginarios políticos del feminismo". ¿Qué más prueba de resquebrajamiento del patriarcado que la presencia de nuestros cuerpos?, preguntó David Aruquipa (Dana Galán) en su momento, y reclamó que el feminismo tiene una deuda histórica con un grupo al que no consideró suficientemente como el aliado que es. Al menos en las jornadas, dijo, asistieron sólo como invitados, cuando tienen mucho por aportar a esa herramienta de análisis crítico de la realidad que es el feminismo.
Un aliado que, en el área rural de Bolivia, ni siquiera es nombrado, que permanece escondido.
Conectar para Emancipar logró sembrar, en todo caso, inquietudes diversas. Como aquella de que apropiarse para ejercer los derechos sexuales y los derechos reproductivos, o para ejercer la sexualidad plenamente, es quizás el camino más válido para contrarrestar a gobiernos teocráticos o autoritarios, y aun a los de izquierda que, como lo viene demostrando la realidad, no han resultado lo que se soñó y han terminado por negociar muchas de las reivindicaciones sociales, las de las mujeres por ejemplo.