Lunes, 06 Junio 2016 16:07

Dejar el ombligo en su lugar

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Se vienen tiempos difíciles, tanto para el ejercicio periodístico como para la sostenibilidad de los medios de comunicación. Es hora de que los periodistas salgamos de nuestra zona de confort, que reclamemos a los dueños de los medios de comunicación que nos brinden las condiciones adecuadas para realizar un trabajo informativo de excelencia.

Javier Badani, periodista

La libertad de expresión no es un regalo que haya que agradecer a ningún grupo de poder, ni público ni privado. No es una concesión. Es un derecho ganado a pulso que permite a la sociedad mantener a raya a los poderosos y frenar sus ambiciones. Y, sin embargo, a pesar de ser la base de todas las demás libertades, está siendo desportillada desde distintos flancos, incluso de la mano de quienes somos sus más visibles depositarios.

Convengamos, en primer lugar, que a lo único que le temen quienes ostentan el poder es a una prensa independiente, de calidad y honrada. Y me refiero a todos los poderes: económicos, políticos y religiosos. Le temen al periodismo lúcido porque es bajo sus reflectores que sus contradicciones, sus faltas, sus medias verdades y sus delitos quedan expuestos en la esfera pública. Y, así, bajo esa luz, se ven amenazadas sus influencias, sus privilegios y sus ambiciones. El miedo, entonces, no debería apoderarse de los profesionales de la información, sino de los poderosos cuyo accionar debe enfrentarse constantemente al escrutinio público a través de las reporteras y los micrófonos. “Sin ese miedo, todo poder se vuelve tiranía”, resume muy bien Arturo Pérez-Reverte. Y es en esa exacta dimensión en la que hay que situar las últimas reacciones y ocurrentes declaraciones del servidor público Juan Ramón Quintana. La “actualización” de la Ley de Imprenta, la buena salud de la libertad de expresión o la mejora de las condiciones del oficio periodístico, en realidad, poco o nada le importan. Porque si así fuera, él sería el primero en llamar la atención a quienes hoy dirigen los medios de comunicación públicos, donde la información ha sido prácticamente sustituida por propaganda gubernamental, donde no existe independencia editorial y se tiende a realzar las noticias positivas del Ejecutivo y minimizar las que le son críticas.

No deja de ser una paradoja que quienes hoy llaman a una cruzada para “reformar” el oficio periodístico son los mismos que a diario lo ofenden: llamando a conferencias de prensa sin derecho a preguntas, haciendo peregrinar a periodistas por información pública -como si fuera una concesión-, negando entrevistas o jugando a ser dioses con la publicidad estatal en los medios que les son críticos. Pues no. Reivindicar la defensa de la libertad de expresión requiere jugarse del todo por un periodismo libre, precautelando que esté a salvo de cortapisas, censuras y amenazas. Y está claro que el poder y cuantos aspiran a mantenerlo u obtenerlo un día no están dispuestos a pagar ese costo. Y en esto hay que ser claros: desde la otra acera, lo que hoy por conveniencia política suman sus voces a quienes denunciamos las amenazas que se ciernen sobre la libertad de expresión y sobre el ejercicio del periodismo libre, mañana, una vez encaramados en el poder, también intentarán limitar tales derechos.

Hasta aquí, nada nuevo. Siempre desde las esferas del poder se buscará con celoso afán controlar los flujos informativos para mantener su impronta sobre la opinión pública. Ya Napoleón aseguraba que para someter a un país lo primero era la infantería y, luego, la prensa. Pero lo que sí nos debe llamar la atención es el silencio y sumisión de muchos periodistas y jefes de medios de comunicación que aceptan ese estado de cosas sin rebelarse, sin protestar. Creen que con su silencio y asegurando notas edulcoradas evitan sinsabores, pero en realidad están traicionando su responsabilidad dentro de la construcción de la sociedad. Estremece la docilidad con la que últimamente una parte del periodismo se resigna a la presión del poder, el que viene de la clase política y de una clase empresarial que ve la información como un negocio rentable. Y lo peor, lo hacen en el momento en el que más necesitamos como sociedad oír un contrapunto de voces, en el momento en que más se debe empujar al ciudadano a pensar y a ser crítico de su realidad proporcionándole datos objetivos. En vez de ello, unos lo emboban con la noticia chatarra mientras otros buscan simplemente adoctrinarlo. Es lamentable que muchos medios de comunicación antepongan la frivolidad sobre el rigor informativo. En aras del entretenimiento y el espectáculo sacrifican la realidad.

Que Carlos Valverde se haya convertido -con el caso Evo-Zapata- en una especie de paladín de la libertad de expresión y ejemplo para muchos del periodismo libre debe llamarnos la atención sobre los vacíos evidentes que existen hoy en el trabajo del periodismo de investigación. Claro, a Valverde se le podrá conferir el mérito del coraje, pues ¿cuántos medios se hubiera animado a lanzar los datos como los presentados por él, a horas de un día clave como lo fue el referéndum del 21 de febrero? Pero lo que hay que entender es que el periodismo no sólo se nutre de actos de arrojo, necesita de una praxis profesional y principios éticos que la guíen. Ambos elementos de los cuales cojea la labor de Valverde. Y esto nos lleva a otra de las claves de este oficio: la credibilidad, valor que no la gana el periodista que más grita, que más “primicias” lleva en su haber o el medio de comunicación que más denuncia. La credibilidad se la construye día a día demostrando un trabajo riguroso, de excelencia y calidad.

Se vienen tiempos difíciles, tanto para el ejercicio periodístico como para la sostenibilidad de los medios de comunicación. A las presiones y amedrentamientos desde el atril por parte del poder y a los intereses económicos que buscan incidir en las salas de redacción se han sumado los ataques sistemáticos y personalizados a profesionales de la información desde las redes sociales, como forma de intimidación. Ante este panorama, es hora de que los periodistas dejemos de mirarnos el ombligo, que salgamos de nuestra zona de confort, que reclamemos a los dueños de los medios de comunicación que nos brinden las condiciones adecuadas para realizar un trabajo informativo de excelencia. Archivemos los comunicados de prensa oficiales y comencemos a taconear las calles junto al ciudadano. Conectarnos con un ciudadano que en la era digital y de nuevas formas de construcción informativa ya no está conforme con una comunicación vertical desde los medios y que busca una relación de ida y vuelta con el periodismo es uno de los retos. Desmontar la idea de que la defensa de la libertad de expresión es una cuestión de corporativismo es el otro. El panorama de la información, la situación de los medios de comunicación y de los profesionales que la alimentan son temas que nos toca a todos: periodistas y ciudadanos.

 

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