Lunes, 06 Octubre 2014 15:51

Cuando la vida consiste en "arreglar cosas"

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 En un comité de agua de la zona sur de Cochabamba, doña Corina Vásquez, una orinoqueña emprendedora habituada a hacer el trabajo destinado a los hombres, acaba de "autojubilarse" de la plomería, un oficio que le permitió sacar adelante a sus seis hijos y ganarse el respeto de su comunidad. "Me gusta arreglar cosas… quiero arreglar siempre", afirma a manera de explicar su anterior trabajo y también el actual. Su vida resume un compromiso irreductible con su familia, pero también las bondades de la autogestión ciudadana

 Ida Peñaranda /Santiago Espinoza

A sus 59 años, doña Corina Vásquez Ayala sigue soñando con iniciar nuevos proyectos porque así ha sido toda su vida. Es que la autogestión, hacer lo que se necesita por las propias manos, es la principal característica de los primeros habitantes del distrito 14 (Villa Pagador), de la ciudad de Cochabamba, una zona situada al sur de la ciudad y habitada principalmente por migrantes orureños (de ahí su nombre) y sus descendientes.

“Yo vivo desde 1984 en Cochabamba y desde el 2000 trabajé como plomera”, cuenta doña Corina, quien nació el 14 de septiembre de 1955 en la población aymará de Orinoca (Oruro). La referencia a su lugar de nacimiento le recuerda que “este 4 de noviembre es la fiesta de Orinoca, mi pueblo querido”. Hace una pausa y, con orgullo, por si hiciera falta precisarlo, asegura que su paisano es el mismísimo presidente del Estado plurinacional de Bolivia, Evo Morales Ayma. Y sin dudar, asevera que conoció a la familia Morales Ayma, pues en una comunidad tan chica como Orinoca era imposible no conocerse entre sí.

Doña Corina decidió trasladarse a Cochabamba por razones similares a las que hicieron migrar al Presidente y su familia: porque la vida en su lugar de origen se puso muy difícil. La helada y las cosechas no se llevaron bien y terminaron con sus esperanzas de continuar en su comunidad. Tenía unos primos en Cochabamba y decidió venir a estudiar. Quería ser profesora, pero los fondos económicos no alcanzaron y se dedicó al comercio.

La autogestión, unirse para seguir

El distrito 14, de la zona sur de Cochabamba, ha sido construido con las manos de sus habitantes. En principio no contaba con los servicios básicos y, aun hoy, su prestación no es del todo óptima. Las calles, la electricidad, el acceso al agua, la posta sanitaria y la escuela son producto de la autogestión.

“No había nada. Ni el trufi nos quería traer hasta aquí, les teníamos que rogar (a sus choferes) y ofrecer un monto alto para que nos traiga con nuestros bultos”, recuerda de los años ochenta y noventa en Villa Pagador. Sin embargo, esos tiempos son pasados, ya que ahora las líneas de transporte público se pelean por entrar a esta creciente y próspera zona, que tiene su propio Prado, edificios en construcción, surtidos mercados y hasta un estadio propio en construcción (donde el sueño de sus habitantes es que llegue a jugar San José, el equipo liguero orureño). “Yo misma me he mal acostumbrado: ahora hasta yo tomo trufi por no caminar tres o cuatro cuadras”, confiesa, con una carcajada, doña Corina.

En este contexto, el acceso al agua merece especial atención. Siendo el distrito 14 una zona de crónica escasez hídrica, sus habitantes tuvieron que darse modos para lograr un abastecimiento mínimo. En un comienzo, cada familia se proveía del agua comprándola de carros cisternas y almacenándola en turriles. Además del problema de la calidad del agua estaban todas las limitaciones de no contar con redes domiciliarias que doten de un servicio regular. Es así que los vecinos se organizaron formando comités que se encargarían de gestionar el servicio de agua potable domiciliaria.

Doña Corina cuenta que en su comité todos trabajaron en comunidad: “Cada persona tenía que cavar 30 zanjas de cinco metros para hacer posible la llegada del agüita; todos pusieron su granito de arena para hacer posible lo que tenemos”.

Ya en esas épocas, en los noventa, doña Corina quería trabajar de plomera, pero pocos creían que una mujer sería capaz de afrontar un trabajo tan arduo, ya que no solo se trata de instalar las cañerías, sino también de cavar las zanjas requeridas. Durante mucho tiempo se conformó siendo voluntaria como promotora de salud y cocinera en su comunidad. 

Los tiempos difíciles llegaron nuevamente y se vio forzada a trabajar como comerciante, vendiendo "ropa americana". Sin embargo, esa labor le significaba viajar mucho y abandonar a su suerte a sus hijos, razón que la motivó a ofrecer sus servicios al joven comité de agua. Al principio ni los vecinos creían que ella podría con el trabajo, pero ella estaba muy convencida e insistió para obtener el puesto. “Me mandaron a instalar a donde don José Huanca (un vecino de entonces). Yo he ido a cavar la zanja, luego me han dado materiales y lo instalé tan bien que calladitos se han quedado”, rememora con orgullo.

“Grave he sufrido con mis hijos”, confiesa con lágrimas en los ojos, a tiempo de recomendar que el dinero en la vida no lo es todo y que ella no se arrepiente de haber optado por un trabajo poco remunerado con tal de estar al lado de sus hijos. “Malo era mi marido también, y aunque poquito me pagaban (por sus servicios de plomería), era seguro para estar cerca de mis hijos”. añade. Hoy, muy orgullosa, dice que solita ha sacado adelante a sus seis hijos, de los cuales tres están en la universidad.

El día a día de la única plomera de Villa Pagador

Hasta hace muy poco, Corina Vásquez iniciaba todas sus jornadas laborales temprano en la mañana, soltando y cerrando la llave de paso de agua de uno de sus tanques de agua de su comité, que se encuentra en la colina más cercana. Después de visitar y desconectar a los deudores morosos por el servicio, cuatro días al mes, debía hacer la lectura de medidores y luego entregar los avisos de cobranza. “Grave es la caminata casa por casa”, afirma. Cuando algunas veces se arruinaba el carro cisterna, compraba repuestos y supervisaba su arreglo. A veces, el presidente del comité no tenía tiempo y ella iba a las reuniones con otros comités de agua, donde se compartían experiencias, realizaban capacitaciones y coordinaban algunas actividades conjuntas. Y finalmente, por las noches trabajaba como serena en el pozo de agua del comité, ya que una vez se robaron la bomba (que tiene un costo muy alto). Corina Vásquez, Fotografía: Santiago Espinoza

Doña Corina estaba siempre atenta a descubrir a los que hacían conexiones clandestinas y robaban agua. “Hay mucha gente que roba agua, les clausuraba y al día siguiente ellos mismos se conectaban… Eso más hacía”, dice.

Generalmente, cada comité cuenta con uno o varios tanques de almacenamiento. Por esa razón, doña Corina afirma que no tenía ni un día de descanso; todos los días se requería de sus servicios para que los más de 550 usuarios de su comité tuvieran agua, hasta los domingo y feriados. “Tenía que cargar agua del primer pozo al tanque intermedio, tenía que cambiar la llave”, relata. Desde el primer pozo hasta la punta del tanque caminaba unos 45 minutos. 

El trabajo que cumplió doña Corina por más de una década podría resumirse de la siguiente manera: Era "tomera" (nombre para el que abre y distribuye el agua), serena, plomera y "lecturadora" de los medidores de agua. Su sueldo no sobrepasaba los 900 bolivianos al mes, razón por la que en las mañanas se daba tiempo para vender mates y tener otra fuente de ingreso.

A la pregunta de cuál es el trabajo más duro de ser plomera, afirma que el más pesado es cavar en una zona tan gredosa. Para ilustrar lo esforzado del trabajo hace la comparación con un comité vecino, donde contaban con más empleados para cubrir todas sus actividades. “En Appas trabajaban cuatro hombres; yo solita trabajaba aquí”, dice.

“Quiero arreglar siempre”

Doña Corina recuerda con mucho cariño a su papá, un minero trabajador, del que aprendió lo que sabe en la vida, y por el que pudo ejercer de plomera durante 14 años de su vida (algo con lo que nunca soñó, pero le gustaba). “Yo he aprendido a ser plomera por mi papá; él era minero y excombatiente, yo estaba siempre a su lado, así que de ese modo aprendí. Así me ganaba la vida y podía estar cerca de mis hijos”, revela. Otro oficio que aprendió de su padre es el de curar, apelando al uso de mates de productos naturales. Cuenta que ella aprendió mirando, acompañando. “Por mis ojos he aprendido yo: he visto cómo mi papa arreglaba todo y yo le he suplido”, afirma.

Así fue hasta el mes de julio pasado, cuando doña Corina resolvió “autojubilarase” de la plomería. Su decisión obedeció a que los últimos meses ya no podía cavar porque la espalda le dolía mucho a consecuencia de un accidente laboral. “Hace unos meses, estaba en la cámara (de una instalación de agua) queriendo cambiar una llave y he servido de puente: un auto se ha pasado sobre mi espalda”, cuenta sin mayor sorpresa ni lamento. Se reconforta afirmando que, más bien, es fuerte y no se le ha roto ningún hueso, pero, una vez que sufrió ese accidente, comenzó a sentirse un poco más cansada. No recibió un tratamiento médico, ya que no tenía ni tiene aún seguro médico. “Así enfermita he seguido trabajando, pero ya no he querido cavar… Solo hacía enpalmaciones”, dice, a tiempo de explicar que, en un momento dado, decidió dedicarse por completo a su segundo empleo: vender mates medicinales. “Ahora vendo mate. Me he vuelto un poco flojita, por eso salgo recién a las 7 y me quedo hasta mediodía. Recibo muchos pedidos y gente viene a verme desde Punata, Arani, Colomi (municipios rurales de Cochabamba) o Cobija. A veces se llevan cinco a 10 botellas (de sus preparados). Hago mate para riñones, diabetes, vitaminas. Y si no salgo (a vender), me riñen (sus clientes habituales)”, afirma con alegría.

Dedicarse a un solo trabajo hoy le es posible gracias a que su hijo mayor le ayuda económicamente desde que se licenció como ingeniero en petróleo de la universidad. Además de que ya es conocida en la zona, puede seguir ayudando a la gente. “A veces vienen con luxación de espalda o me piden que les haga lavados de estómago, y yo les arreglo”, dice. Sin decirlo explícitamente, ha descubierto que, para seguir siendo fiel a su vocación de arreglar las cosas, no solo sirve la plomería. También está la preparación de mates o, por qué no, la propia maternidad.

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¿Cuáles son los desafíos de los comités de agua?

En Villa Pagador, muy pocos comités cuentan con una fuente de agua, es decir que muy pocos cuentan con un pozo que provea de agua dulce. EPSA- PDA, el comité en el que trabajaba doCarro Cisterna. Fotografía: Ida Peñarandaña Corina, es uno de los pocos privilegiados que tiene con un pozo de agua; pero, aún así, no abastece para sus casi 550 afiliados. Por esa razón tienen un carro cisterna que cruza toda la ciudad de Cochabamba para llevar agua hasta el lugar (al sudeste de la ciudad), desde la zona norte, para así cargar el tanque que se encuentra en una colina elevado y distribuir por gravedad el agua. Cada día esta cisterna realiza seis viajes para poder abastecer de agua a todos los usuarios.

Aquí surge la interrogante sobre los proveedores del líquido elemento. Generalmente son casas privadas que lucran vendiendo agua de vertientes que están en sus domicilios. No pocos se preguntan si ésta no es acaso una pequeña forma de privatizar el servicio de agua. Pero si no fueran por estos pozos de la zona norte (Cala Cala, calle Potosí, avenida América), el distrito 14 no podría abastecerse de agua. Es un tema complejo en el que se apuesta por el mal menor y es un tema muy difícil de abordar y mucho menos controlar.

El comité de agua debe ser eficiente, porque si no quiebra. Se deben cubrir muchos ítems y todo sale del bolsillo del usuario. En el comité de Agua PDA, haciendo un ejercicio matemático del abastecimiento, distribución y mantenimiento, cobran por el metro cúbico de agua 12.50 bolivianos. Es un precio relativamente barato por el lugar, comparando otros comités de la zona, donde llegan a cobrar hasta 17 bolivianos por metro cúbico. Pero, en comparación con otros lugares de la zona norte, es muy caro. Por ejemplo, en un comité de agua de la zona noroeste, el cubo cuesta 1 boliviano, porque se trata de en un lugar donde las fuentes de agua nunca han dejado de abastecer hasta ahora. Carro Sisterna abasteciendo de agua el tanque del Comité. Fotografía: Ida Peñaranda

Los comités de agua de Villa Pagador cumplen la función de abastecer de un servicio básico en una zona donde el Servicio Municipal de Agua Potable y Alcantarillado (Semapa) no llega con agua, y donde las autoridades gubernamentales no pueden dotar de este servicio. La única esperanza de tener un acceso más justo, es decir con tarifas más rebajadas, es el anhelado proyecto Misicuni, que, en teoría, deberá llegar con este líquido elemento a la zona cuando sea concluido y funcione.

El rol de los gestores del agua fue y es un desafío permanente. Si antes fue el acceso a un servicio de calidad, ahora se enfrentan con otros problemas, como la falta de fuentes de agua, la posible llegada de Misicuni (que a estas alturas es una cuestión de fe) y la posibilidad de entregar los sistemas comunitarios para que sean manejados por el gobierno local, es decir Semapa, que ha atravesado diversos problemas y escándalos de corrupción.

Dato

En la zona Sur de Cochabamba se encuentran seis de los 14 distritos que tiene la ciudad de Cochabamba, lo que corresponde al 64% de su superficie total. Actualmente, en dicha zona viven 235.355 habitantes (43.87% del total de la población del municipio), que se autoabastecen de agua mediante comités o cooperativas de agua. (Vi  LaLibre • Cuadernos de Estudios Sociales Urbanos • Número 2 – 2008)

 

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