Viernes, 17 Febrero 2017 12:04

Los espejos

Sergio en el Teatro Municipal, fines de enero de 2017 Sergio en el Teatro Municipal, fines de enero de 2017 Mabel Franco

Con esta crónica sobre la fealdad escrita por Sergio Mercurio comenzamos una colaboración con el blog http://elbanfilenio.blogspot.com. Los buenos croniqueros están invitados a compartir material con el blog del titiritero de Banfield y otros amigos.

Sergio Mercurio, Argentina

Los tipos feos odiamos los espejos. Es así.

No empezamos odiándolos, pero con el tiempo los detestamos.

Cuando somos bebés, las vecinas de nuestras madres les pueden haber dicho: “qué niño fuerte” “qué niño inquieto”; salvo las mentirosas de siempre, hay sólo una cosa que nunca les dijeron; “qué lindo bebé”. 

Nuestras madres, ciegas por naturaleza, no nos preparan para advertir que el mundo se inclinará para los elegidos de los espejos.

Nuestro primer encuentro con uno de ellos, al igual que los siguientes, es siempre una decepción. No hay día que nos miremos y aparezca Brad Pitt, siempre aparecemos nosotros mismos.

Con el tiempo y la costumbre, así como hay gente que debe comer y estudiar, los feos funcionamos a espejos. Construimos nuestra personalidad gracias a que un día vimos que la naturaleza no nos había favorecido. Allí es igual, los lindos hacen cualquier pavada y listo, pero ¿quién se siente enternecido por un hipopótamo? El colibrí sólo tiene que volar, el ornitorrinco en cambio, nada, vuela, habla, y ultimamente diseña páginas web. Pero he aquí una advertencia, si bien los lindos tienen las de ganar, los feos nunca serán derrotados. Es muy raro que un feo salga último en algo. El orgullo del feo es impresionante.

Cuando tenía 10 años iba a la 30 del barrio nuevo; una tarde, la maestra Hilda contó que cerca de Grecia había un pueblo en el que tiraban al precipicio a los malformados. En mi cabeza vi la cara de mi madre arrojándome al vacío; todavía recuerdo que tragué saliva y agradecí haber nacido cientos de años después, cuando ser feo no merecía la muerte. Descubrí después que ese pueblo era Esparta. y que tal como muestra la película era gente dedicada al culto de la belleza: eran lindos, todos James Dean, fuertes inteligentes, pero… y atención que aquí está la debilidad: eran pocos. Solo 300 y bastó un par de narigones persas comandados por el gordo Jerjes para que la belleza toque su fin.

 300, Pinteres

Espartanos según la película 300. Pinterest

Con el tiempo, advertí que las mujeres distinguen primero a los bellos. El lindo ni necesita tener personalidad, es lindo, todo le va bien. Las chicas que desconocen la ceguera se acercan a los lindos. En ese ranking el segundo lugar lo ocupan los  inteligentes, estos últimos suelen ser amigos de los lindos porque saben que la segunda más linda les toca a ellos. En el ranking de la sobrevivencia en la naturaleza, por último, están los graciosos. Los buenos no clasifican nunca. Los feos menos.

Cuando vi que gracioso era un digno tercer puesto, desarrollé mi carrera de contador de chistes. Escuché una noche a un tipo feo y gran contador de historias confesarme que las mujeres perdonan la fealdad si van a reírse. Y era verdad.

Mi tiempo pasaba entre espejos; cada vez que pasaba por delante de uno, me daba cuenta de que precisaba saber más chistes. Seguía siendo feo, nada iba a mejorar.  Antes de cumplir los 17 años, podía contar una hora ininterrumpida de todo tipo. Los tenía separados en rubros. Y era inagotable. Una noche entré a una fiesta y una chica dijo la frase que iba a acompañarme por el resto de la noche. Yo que siempre entraba a las fiestas y nadie me veía, que cada vez que entraba a un lugar como mucho ganaba un relojeo inútil, un día hice cambiar la historia. Una noche llegué a una fiesta y la más linda me miró y dijo en voz alta: “Llegó Sergio, ahora nos vamos a cagar de la risa”. De entonces para adelante, el mundo me sonrió y no necesité pagarle a un espejo para que mienta. Los chistes taparon los espejos del mundo, las mujeres me convocaban y las hacía llorar de la risa. Ahí, sin querer, se me acercaban, me acariciaban, me abrazaban.

Años después, tanto chiste me dio confianza en mí mismo. Fui construyendo tanta confianza que conseguí pasar una noche con la chica más linda que haya pisado Banfield. Atravesé un bar con ella mientras la turba miraba atónita llena de preguntas. Una mesa de seis lindos se atragantaron con mani y cerveza. Los tipos tenían en su cara la pregunta de ¿cómo lo hizo?, ¿quién es este alcornoque? Desde otro ángulo las mujeres que suelen mirar un hombre si éste está acompañado, se preguntaban ¿qué tiene este tipo que no estoy viendo?

En mi corredor de la felicidad iba la chica más bonita conmigo, debajo de mi brazo, feliz, mirándome. Pasé la noche más soñada, y con esto quiero decir que por única vez en la vida me sentí bello. Al despertar al día siguiente me sorprendió que la vida me haya regalado un día más para contarlo. El sol entró en las ranuras de la persiana de la calle Azara, giré sobre la cama y me levanté. La muchacha estaba desnuda en mi cama, dormía como una princesa, entonces tuve un satori, una iluminación, había llegado a Marathon, era un héroe, había logrado lo máximo, la mujer más bella me había elegido, y estaba aun ahí, ella giró abrió los ojos y me sonrió. No se había arrepentido.

La alegría me inundó, me acomodé el pelo, y caminé hasta el baño a lavarme la cara, a recibir los trofeos, los laureles,  entonces prendí la luz y canté una melodía, el mundo estaba a mi favor. Tenía el cuerpo joven que tienen los jóvenes, los músculos vivos, la piel perfecta, los dientes con color de dientes, llené de agua las dos manos  en cuenco y me mojé la cara tirando mi pelo lacio hacia atrás, yo no era el mismo, había cambiado, yo era otro, yo había crecido, me había descubierto, sabía mi capacidad. casi sin querer levanté la vista y la posé sobre el espejo. El canalla me pegó el peor golpe que he recibido. Me escupió un vaho inmundo. Me mostró la peor carta. Se puede hasta decir que me ignoró, Porque seamos sinceros, si hay algo detestable en los espejos es su obsecuencia en ver la apariencia, en no analizar modos, en escupir las cosas sin medias tintas.

El espejo, todos los espejos son unos intolerantes de mierda. No por nada, los místicos prohiben los espejos por considerarlos herramientas del demonio.  En este caso el de mi baño, ese espejito de morondanga, no vio la mujer desnuda en mi cama, no comentó nada de la noche anterior, no reconoció mi trayectoria, mi esfuerzo, ni mi camino, ni mi perspectiva ni nada, se limitó concretamente a mostrarme como era. El amigo de los 300 espartanos muertos. Vengativo, me mostró tal como era, sin arreglo posible, un tipo que podría darle trabajo constante a una clínica de cirugía estética, haciéndolas quebrar por no poder mejorarme. Un tipo feo. Feo.

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