Viernes, 17 Julio 2015 12:52

Sólo hay 54 nefrólogos en Bolivia para un mal con visos de epidemia

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Según datos oficiales de la OMS, la enfermedad renal crónica es ya una epidemia global. Se considera que el 10% de la población mundial está afectada por este "asesino silencioso". Y no hay un término más apropiado para una afección que suele mostrar síntomas sólo cuando ya es irreversible y los únicos tratamientos posibles, diálisis y trasplante, son altamente costosos e invasivos. En Bolivia, el número de especialistas resulta irrisorio si se considera la cantidad de enfermos que amenaza con multiplicar los 2.231 pacientes terminales actuales.

Mijail Miranda Zapata/Cochabamba

Epidemia silenciosa, asesino silencioso; esos son los términos que suelen usar los especialistas para referirse a la enfermedad renal crónica. No es para menos. Alrededor del mundo se calculan 500 millones de enfermos renales crónicos. Los decesos provocados por este mal suman anualmente 900 000, situándose entre las 20 principales causas de muerte a nivel global.

En términos económicos, también globales, estos números se traducen en un gasto proyectado de 1 trillón de dólares por década. Tan sólo en Estados Unidos, el costo anual en tratamientos de remplazo renal (ya sea diálisis o trasplante), se calcula en 27 billones.

Según un reporte de 2008 de la OMS, para el 2030, el 70% de los pacientes con enfermedad renal crónica terminal, residirán en países en vías de desarrollo, cuyos recursos no representarán con más del 15% de la economía mundial. Un panorama agreste que, bajo las tendencias actuales, no parece tener visos esperanzadores.

Aunque en el país no hay datos oficialessobre el úmero de enfermos renales crónicos terminales, un subregistro permite afirmar que existen 2231, de los cuales el 75% se halla en el eje troncal. Esta cifra se ha cuadriplicado desde 2005, cuando se contabilizaban 63 pacientes por millón de habitantes, y dentro de cuatro años se prevé que habrá más de 5.000 afectados. Entonces, según el Dr. Marcelo Rojas, responsable del Programa de Salud Renal del SEDES Cochabamba, no habrá recursos suficientes para atenderlos. “Ni siquiera incrementando los presupuestos o el número de máquinas dializantes”, sentencia el galeno. Actualmente, el estado boliviano aseguró casi 10 millones de dólares para asegurar tratamientos de diálisis y trasplantes gratuitos.

Pero no es suficiente asegurar presupuestos para máquinas y medicamentos, también es primordial el capital humano. Según estimaciones del Instituto de Nefrología Bolivia, el país cuenta con apenas 54 especialistas en el área. Raúl Plata, director de esa institución, asegura que con las proyecciones epidemeológicas que se tienen para 2019, esta cantidad tendría que triplicarse. Para ello, sin embargo, tendrían que graduarse 15 o 16 nefrólogos anualmente- El promedio actual es de 6 u 8. A ese déficit, también se suma el de escaso personal de enfermería especializado en hemodiálisis, que en el próximo quinquenio deberían alcanzar los 1.300, aproximadamente. Esas necesidades, sumadas al "equipamiento adicional indispensable para las unidades de hemodiálisis, gastos operativos por sesión de hemodiálisis, entre otros, significarían al menos 554 millones de bolivianos (3,5% del presupuesto 2015 para salud) sólo para el primer año", sentencia Plata.

Ésa es la situación actual y las previsiones de una patología que no se hace visible sino cuando sus daños son irreversibles y no hay otra opción que los costosos e invasivos tratamientos de remplazo renal, y que puede ser fácilmente detectada en sus etapas iniciales con una sencilla prueba de sangre (creatinina).

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Epidemias de la nueva era

Las últimas décadas el mundo ha experimentado cambios sociales que han modificado radicalmente los hábitos de vida y consumo. Estas transformaciones se ven reflejadas en la seria variación de los patrones demográficos y epidemiológicos mundiales. Bajo esa estela, el aumento en la prevalencia e incidencia de las enfermedades crónicas no transmisibles es alarmante. En 2005, las defunciones provocadas por estas patologías llegaron a 35 millones, duplicando la suma del número de muertes de todas las enfermedades infecciosas, condiciones maternas, perinatales y deficiencias nutricionales.

En el espectro de estas nuevas epidemias se incluyen la Enfermedad Renal Crónica, además de la Diabetes Mellitus y la Hipertensión Arterial, también asociadas a severos daños al riñón. Todas ellas, afecciones críticas que no sólo devastan la salud de sus víctimas, sino la convivencia con su entorno y la sociedad en su conjunto.

“Los enfermos renales pierden el autoestima y se hacen altamente dependientes. Por lo general, llegan a considerarse una carga para sus familiares”, asegura una de las encargadas de la Unidad de Diálisis del Hospital Viedma, que prefiere reservar su identidad. “Muchos de los pacientes llegan acompañados de sus hijos u otros familiares, pero con el tiempo esas relaciones se ven afectadas, quizás por el tedio del tratamiento. He sido testigo de muchos casos de violencia contra nuestros pacientes”, lamenta.

El tedio al que hace referencia la enfermera tiene que ver con las 12 horas semanales de sesiones de diálisis a las que deben someterse para sobrevivir las personas que han perdido las capacidades funcionales del riñón, además de los minuciosos cuidados extrahospitalarios y las modificaciones en el estilo de vida.

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“A veces quisiera no despertar”

Esther acaba de cumplir 60 años. Tiene 3 hijos, dos de ellos en España. Vive acompañada únicamente del menor. Hace un lustro le diagnosticaron Diabetes Mellitus tipo II. Asegura que desde entonces su vida se ha convertido en una pesadilla, de la que, paradójicamente, sólo escapa al acostarse y cerrar los ojos para dormir. “A veces quisiera no despertar”.

Pero, ¿cómo comienza la pesadilla de Esther a diario? De una manera trágica. Al abrir los ojos apenas puede ver sombras. Así es como le llegó el diagnóstico de diabetes hace cinco años. Perdió la agudeza visual y luego de visitar naturistas, médicos generales y, finalmente, un oftalmólogo, le dijeron que sufría retinopatía diabética, una condición crónica de esa enfermedad y que suele ser uno de los síntomas que la develan. El otro, muy grave, es la insuficiencia renal.

Esther sufre el paquete completo: es diabética, enferma renal terminal y apenas ve. Su hijo, que aparenta muchos más de los 25 años que tiene, permanece distante mientras ella detalla sus padecimientos. En algún momento parece no querer oír más y abandona el banquillo que ocupa en la sala de espera. Su madre afirma que él es el que más sufre, que se perjudica en su trabajo y aunque casi siempre anda de mal humor, es el único que la cuida y acompaña.

Tres veces a la semana inician su rutina a las 4 de la madrugada. Toman un desayuno modesto y se dirigen al hospital. Siempre juntos, a veces disgustados y sin dirigirse una palabra, cuenta Esther. El esfuerzo se ve recompensado con las sesiones de diálisis que le permiten seguir viva. “Aunque no me sirve de mucho –afirma-, apenas puedo hacer algunas cosas en la casa”. Pero sobrevive y aún puede acompañar a su hijo, y ese siempre será un hálito de esperanza.

Esperanza que tiene un precio y que los primeros años del padecimiento les costó el dinero de un anticrético y parte de sus ahorros. Por suerte, para ellos, hace un año el Estado corre con todos los gastos del tratamiento de diálisis. Además, también garantiza el acceso gratuito al trasplante renal, en los pacientes que califiquen a esa terapia. Esther, por su edad y estados de comorbilidad, tiene negada esa posibilidad.

Más máquinas no significan mejor salud

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Esther también es el nombre de la hermana del Presidente del Estado. Ella sufre asimismo insuficiencia renal. Según cuenta el mandatario, conoció de cerca la gravedad y las limitaciones de los enfermos renales y sus tratamientos cuando trasladaba a su hermana “de Oruro a La Paz, tres veces por semana, haciendo filas durante todo el día”, para acceder a su sesión de diálisis. Dijo esto en el acto de entrega de 15 máquinas dializantes al Hospital Viedma, haciendo de su Unidad de Hemodiálisis la más grande del país, con un total de 30 equipos.

En la ocasión, Morales también advirtió a la Ministra de Salud, Ariana Campero, que 170 máquinas en hospitales públicos son insuficientes para los casi 3.000 pacientes. Bajo su lógica, mayor inversión en insumos y equipos garantiza mejor calidad de vida y mayor acceso a salud. Algo de razón tiene, pero no toda.

En el caso de la Enfermedad Renal Crónica hay muchos otros factores, más allá de mobiliario y costosos dispositivos de última generación. Bolivia cuenta, según datos del Instituto de Nefrología de Bolivia,  con apenas 54 médicos nefrólogos y si bien por ahora esa cantidad se considera suficiente para la atención del número de enfermos renales terminales, es irrisorio su se toma en cuenta que sólo en Cochabamba se estima que 60.000 personas viven con algún grado de disfunción renal. Además, los pacientes que se someten a diálisis necesitan un soporte multidisciplinario que incluye nutricionistas, psicólogos y trabajadores sociales. Cabe recordar que la OMS define la salud como un “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

Por otro lado, en especial en enfermedades crónicas no transmisibles, las labores de prevención son urgentes. Rojas afirma que su despacho se encarga únicamente del nivel secundario de prevención, que implica detectar la enfermedad en sus fases iniciales. “Necesitamos abordar la problemática de la salud renal no solamente controlándola –que es el tipo de prevención que hacemos–, sino, también, con actividades que eviten que la enfermedad aparezca. ¿Cómo? Impidiendo que las enfermedades que son sus causas se desarrollen: la diabetes mellitus tipo II, la hipertensión, la obesidad, por ejemplo”.

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