Mabel Franco / La Paz
Llegas a la clínica y la recepcionista te acoge en la primera cita acordada por teléfono con un “Señor Pérez, lo esperábamos”: no puedes evitar mirar por encima del hombro, disimuladamente, para comprobar que no hay otro señor Pérez. La enfermera que casi de inmediato te conduce al consultorio pregunta: “No lo hicimos esperar, ¿verdad?, si así fue, disculpe”.
¿Tal mal nos va en Bolivia como pacientes, en entidades públicas y no pocas privadas, que el buen trato parece un exceso, una excepción, una equivocación?
La duda la despierta una clínica privada de reciente apertura en La Paz, el Centro Médico Internacional (CMI) de la Fundación Hope, cuyas características enumeradas en una nota de prensa podrían parecer publicidad. Inevitable, pero lo cierto es que la experiencia en ese centro ubicado en La Florida, al sur de la ciudad, es tal real que mueve a pensar y repensar en los derechos de los ciudadanos bolivianos a la hora de demandar salud y de decir algo sobre la forma de lograrla. Vale decir: es posible.
Y más todavía: lleva a comparar la realidad boliviana con avances que se hacen en el extranjero, en la propia región para no ir más lejos, los que se pueden resumir en la vigencia de leyes desde la perspectiva del paciente, para equilibrar las que formulan los médicos desde su punto de vista, tal como ocurre con la Ley del Ejercicio Profesional Médico vigente en el país desde 2005.
Pero no dilatemos más el asunto porque, como se afirma en el CMI, el buen uso del tiempo así como el trato digno son variables de buena salud. Tanto como el acceso a la información propia, la que hoy resulta privilegio de los médicos --bajo el argumento de la confidencialidad--, y el ejercicio del derecho de solicitar una segunda y hasta una tercera opinión médica.
Juguemos, pues, al espejo.
Leer también: