Carla Hannover / La Paz
Usuarios y vehículos comparten un carril para pasar o llegar a la estación de la curva de Holguín. Estas obras están terminadas; la acera del frente es la caótica ahora. FOTO: Carla Hannover
Jueves 30 de octubre. Son cerca de las 10 de la noche en la estación del teleférico ubicada en la alteña Ciudad Satélite. Dos periodistas de La Pública están por ingresar al lugar; sin embargo, su atención se desvía hacia una mujer que apresurada sale de la estación hacia la calle donde se han instalado puestos de comida que albergan a decenas de comensales. Baja las graditas, se sienta y hace pis protegida por su amplia pollera. ¿Eh?, ¿Uh?
Las tres líneas de teleférico en La Paz, que pronto serán más, ha marcado un cambio fundamental en el servicio del transporte público. Desde la apertura de la línea roja en mayo de 2014 y la posterior implementación de las líneas amarilla y la verde, entre septiembre y noviembre, el servicio ha transportado a casi 10 millones de usuarios; ha logrado unir El Alto y La Paz en menos de 10 minutos; ha generado fuentes de trabajo y ha permitido que quienes hacen uso del servicio burlen al fin las “trancaderas”. Pero, ¿cómo responden los ciudadanos a este cambio? ¿Será que los sorprendentemente amables pasajeros del Puma Katari son un dechado de virtudes ciudadanos en tierra y aire?
No y no
Son las ocho de la mañana del último miércoles de noviembre y en las proximidades de la estación de la Curva de Holguín, que ha resultado ser la más conflictiva del circuito de paradas de la línea amarilla, se escucha gritar: “¡Señora, señora, no hay parada aquí, tiene que esperar a llegar a Obrajes!”. Es Rosario Tola, la guardia municipal que controla el tráfico en el sector y que junto a su compañera intenta poner orden.
Mientras, en el carril de subida, el que sale de la zona Sur, se escuchan bocinazos y casi un centenar de personas van caminando a un costado de la vía a paso maratónico. Comparten la avenida con los vehículos, pues la parte destinada al paso peatonal se encuentra en pleno trabajo de construcción. Quienes van en coche están estancados en el lugar y muchos no dudan en hacer notar su mal humor recurriendo a las bocinas. Su espera se ha prolongado por más de 20 minutos, al igual que el embotellamiento que se inicia en la Calle 10 de Obrajes y se extiende por más de tres kilómetros, hasta la estación del teleférico en la Curva de Holguín.

“Este punto ya era conflictivo en horas pico”, cuenta René Quispe, conductor de un trufi, mientras espera que avance la fila de motorizados. “Ahora ha empeorado por las constantes paradas que hacen los minibuseros para dejar a la gente en la misma puerta de la estación. Para colmo, hay que cuidar de no atropellar a la gente que sale del teleférico y cruza la avenida para seguir viaje hacia el sur.
Quispe, al igual que todo su gremio, no está contento con la implementación del servicio. “Nos ha quitado pasajeros. No tanto en horas pico, pero sí a lo largo del día”. Lo que no dice, es que en esas horas pico los trufis aprovechan para subir al quinto pasajero, contravención de cualquier medida de urbanidad y que obliga a los pasajeros del asiento delantero a viajar apiñados (cosa que el propio pasajero provoca, también hay que decirlo).
Que Hyde no duerme lo demuestra el pedido de los transportistas sindicalizados que no tardaron en solicitar a las autoridades el 50% de las acciones del Teleférico, en vista de la baja de clientela, algo que las autoridades y la ciudadanía han rechazado rotundamente.
En la parada del teleférico de la Curva de Holguín, las guardias ediles continúan con su lucha. “Hay personas que hacen caso de las indicaciones, pero otras, a riesgo de caer atropelladas, cruzan la avenida a toda carrera; otras se enojan cuando les llamamos la atención y nos gritan que pongamos una pasarela”, cuenta Wendy Quispe. “Me parece que la ciudadanía es muy cómoda. A la gente le gusta que la dejen en la puerta. No respetan las paradas”, se queja Tola.
Las palabras sobran. Media docena de personas hacen oídos sordos a las indicaciones que gritan una y otra vez las guardias. “Tienen que bajar hasta la uno de Obrajes para abordar”, “No baje aquí, espere a la parada”. Merecen un descanso, las pobres.
Mejor, no. No hay espacio para un descuido. Un hombre de no más de 40 años comienza a caminar hacia un minibús que milagrosamente tiene un asiento vacío. Pese a que el conductor y la guardia le gritan que “¡no hay parada!”, abre la puerta y trepa como puede. Mr. Hyde muestra sus dientes afilados.
Caldo de cultivo
El embotellamiento en la curva de Holguín comienza también cerca del mediodía. FOTO: Carla Hannover
“Sería más fácil si nos entregaran esto terminado, con letreros que nos den pauta por dónde ir, puntos de parada y con funcionarios controlando que la gente cumpla con las normas”, opina Mariela Gutiérrez, una joven ingeniera ambiental que a diario hace uso de la línea amarilla. “Acceder a la estación es incómodo y a la vez peligroso. Si uno se baja al finalizar Obrajes, debe caminar por lo menos unos cinco a diez minutos para llegar a la estación. Lo peor es que debemos hacerlo por la avenida y muchos conductores, lejos de entender que tenemos que compartir la avenida, nos bocinean”.
Quizá es por eso que mucha gente opta por bajar en la puerta, sin importarle si genera embotellamiento. “Yo lo hago a veces”, admite Mariela. “Pero por lo general prefiero quedarme en Obrajes. Así me evito aumentar los 50 centavos que los minibuseros han incrementado al pasaje por el tramo extra hasta la puerta del teleférico”.
Tal ha sido el caos a mediados de noviembre, que el Ministerio de Obras Públicas se vio obligado a acordar con el municipio un primer intercambio bimodal de transporte entre el teleférico y los buses municipales Puma Katari, a la altura de la Curva de Holguín. Sin embargo, no se tiene una fecha para su implementación.
La dosis de la maldad
Mmmm Así que el mejor de los servicios de transporte puede desencadenar el peor comportamiento. Pero, ¿y el Puma Katari? ¿Y la gente cediendo asiento, formando ordenada fila, etc. etc? El problema tiene que ver con las reglas de juego, las normas. “Obras incompletas, cero normas de comportamiento”, explica el sicólogo Carlos Velásquez, luego de haber viajado por la línea amarilla. En las estaciones hay funcionarios que explican la forma de proceder dentro de la cabina, y la gente va aprendiendo que no puede subir con comidas o bebidas, que debe mantenerse sentada y así responde. Pero apenas el urbanita Jekyll sale de la estación, reina el caos y su otro yo lo supera: “Sin normas es difícil que la gente sea ejemplar y esto sin duda terminará afectando a la comunidad”.
La educación ciudadana es un proceso, dice el experto en comportamiento humano. “Inicialmente la educación requiere del control externo y del interno. El primero es el que se da con las normas y con controladores ajenos a la persona, como sucede en el Puma Katari, que tiene puntos de parada específicos, conductores educados y controladores que no velan para que no se altere el orden establecido”.
El control interno depende únicamente de la voluntad de la persona y “de su posibilidad de entender que el bien común debe primar en espacios comunes por encima del bien individual. Esto es lo que aun ni se ha trabajado ni se ha logrado en la ciudad. Nuestros ciudadanos solo funcionan con el control externo”, asegura el psicólogo.
Para Velásquez, adquirir la cultura del beneficio común implica recorrer un largo camino. “No es posible autoeducarse, no se ha generado conciencia de ello y se opta por la comodidad individual. La educación ciudadana es un proceso que empieza afuera y requiere una repetición constante hasta hacerse un hábito que funcione automáticamente”. Algo que las autoridades deberían construir a la par de las gigantescas obras que planifican.
La prueba de ello se comienza a ver en la conflictiva Curva de Holguín, donde se ha construido al fin una vía de seguridad y se ha dibujado una línea de cebra en la avenida. Algo de orden se comienza a ver y la ciudadanía parece más dispuesta a plegarse.
La Empresa Estatal "Mi Teleferico" inició las operaciones de la línea amarilla con obras en plena ejecución. FOTO: Carla Hannover
¿Un orgullo de empresa o una empresa orgullosa?
Al parecer los ciudadanos no son los únicos que hacen oídos sordos, ya que los responsables de la empresa estatal “Mi Teleférico” poco o nada escuchan al ciudadano cuando éste hace una observación o critica el servicio. “Primero deberían inaugurar la entrada alternativa que prometieron en la zona de Irpavi. Es un caos salir a sólo un día de la apertura de la línea verde”, se lee en la página de Facebook de la empresa. El autor del comentario es Joaco Oros Llorenti, quien al igual que una veintena personas ha registrado sus observaciones y no ha logrado una respuesta oficial. Aquí algunas inquietudes.
- “¿Por qué cobran pasajes a niños de 2 años? Disculpen mi pregunta... pero me molesta que hayan puesto límite de estatura para los niños... cuando todos sabemos que se debe cobrar pasaje a los niños mayores de 5... espero que por favor aclaren mi duda”, consulta Mabel Morales el 9 de diciembre.
- “Detuvieron la atención en la línea amarilla y la gente trabajando ni siquiera nos deja entrar al pasillo. No consideran el frío que está haciendo y que incluso hay niños esperando. Lo único que saben decir es tengamos paciencia”, se lee en la publicación de Sussy Daniela Mendoza Mita el 1 de diciembre.
- “Por favor... De una vez dejen una sola puerta de acceso a la terminal de Ciudad Satélite. Hasta que esté concluida totalmente la obra de esta infraestructura”, escribe Yolanda Mazuelos el 25 de noviembre.
- “Línea Amarilla excelente. Trato del personal en la estación de la curva de Holguín muy buena! Estación de Ciudad Satélite pésima, sobre todo para las personas de la tercera edad! Por qué la discriminación? Acaso no todos somos iguales ante la ley? Sería bueno que capaciten a todo su personal por igual”, se queja Viviana Claudia La Faye Gorriti el 2 de noviembre.
Para la implementación de esta primera fase del Teleférico, el país ha invertido cerca de 265 millones de dólares y se prevén otros 450 millones de dólares para una segunda fase que contempla cinco líneas. La inversión bien valdrá la pena si el monstruo que está al acecho en cada uno de los ciudadanos es conquistado finalmente.


