Juan Luis Gutiérrez, politólogo
Cualquier intento por identificar indicadores culturales sigue la ruta crítica marcada por las actividades que vienen gestionando organismos internacionales, tales como la UNESCO, Convenio Andrés Bello, Comunidad Andina de Naciones, Mercosur y otras de la región iberoamericana. Desde hace más de una década, los trabajos miden e identifican vías de acción para la generación de políticas públicas y planes de desarrollo, y hacen énfasis en las potencialidades que brindan las actividades culturales al bienestar humano y la convivencia armónica, así como al desarrollo de mecanismos de evaluación para la gobernabilidad nacional y la integración regional.
En el ámbito nacional, dentro de esos esfuerzos institucionales cabe resaltar los aportes exploratorios identificados en el “Resumen de Resultados. Estudio de Contexto del Arte y Mapeo Ocupacional de las áreas artísticas en las ciudades de La Paz, El Alto, Santa Cruz y Cochabamba” (FAUTAPO, 2009) sobre la situación laboral y formativa de las artes, trabajo que confirma la posibilidad de explorar cadenas de valor, demandas y relaciones con otras áreas económico-sociales.
La relevancia de la relación entre economía y cultura, reconocida por todos los esfuerzos enfocados en esta área de investigación, está dirigida particularmente al modo en el que la calidad de vida es determinada por la capacidad de los individuos para vivir en comunidad y por los sistemas de valores (económicos, estéticos o éticos) en los que apoyan sus relaciones. En palabras de Terry Mckinley, “el verdadero banco de pruebas de una cultura consiste en determinar si favorece o no el fortalecimiento de las cualidades humanas y si contribuye a ampliar el abanico de las elecciones que se ofrecen”.
Entender el arte y la cultura como actividades económicamente determinadas confirma, ante la opinión pública, los tomadores de decisiones políticas y la agenda de cooperación internacional, la existencia real de una fuerza de trabajo con capacidad creativa e inventiva en la fabricación de cierto tipo de productos y servicios. Un trabajo que aporta con su labor a las ofertas de mercado, a las tendencias de consumo, al uso del tiempo libre y a la economía nacional del Estado en su PIB, a la vez que da a conocer también demandas legítimamente construidas para la atención de ciertas necesidades sociales y sectoriales.
Así, la dinámica de la economía y la cultura engloba mecanismos de interpretación sobre el acontecer de la macroeconomía y la economía política, y brinda insumos para la definición de áreas estratégicas de intervención del Estado, la empresa privada y el sector educativo, como también estandariza criterios de medición con otros países que viabilizarán, por ende, políticas de fomento a la balanza comercial (exportaciones e importaciones) y a la circulación de bienes y servicios (lo que puede incluir el tema de migración).
Tras este enfoque general es tiempo de preguntar: ¿Cuál es el aporte concreto de las actividades culturales al impulso de la economía nacional? Y para ello sólo basta poner en marcha investigaciones de carácter científico y dejar de lado por un momento especulaciones ideológicas.
