Miércoles, 03 Junio 2015 15:21

Ciudadana XXL

Antes, después. Antes, después. FGE

 

El presente texto ganó la Mención de Honor del II Premio Nacional de Crónica Periodística "Pedro Rivero Mercado", organizado por la Fundación Cultural Pedro y Rosa de El Deber. La autora, Fabiola Gutiérrez, es psicóloga académica y periodista empírica. Linda combinación para una cronista que narra en primera persona la experiencia de ser una persona gorda en un mundo que se esmera por la esbeltez.

 

Fabiola Gutiérrez Escobar

ANTES

Estatura: 1,53 metro

Peso: 99,200 kilos

Medidas: 114 - 93 - 132

 

Tú y yo estamos frente a frente. Sí, tú, quien me lee. Acabas de conocer el veredicto de la balanza y la cinta métrica sobre mi cuerpo. Por ahí suelen empezar las presentaciones de las mujeres hoy en día. Aunque no te los hubiera dado, de todas maneras habría sido lo primero que habrías visto en mí. Supongamos que nos cruzamos y tuvieras que señalarme ante los demás. Entonces yo no sería la morocha de lunar en la mejilla, pelo corto, lentes, o pirsin en las orejas. No. Antes que todo sería “la gorda”, o “la gordita” si te da penita.

Te miro a los ojos y sonrío. Este es un tour y yo seré tu guía en el mapamundi que tengo calcado en mi cuerpo. Elevo las manos al techo y notas algo en la parte posterior de mis brazos. Llevo ríos como calados y pintados con tinta blanca. Al tocarlos puedes sentir cuál es más caudaloso. Bajo los brazos. Giro un poco mi pierna izquierda y debajo de mis rodillas hacia atrás ves los ríos de nuevo. Como cauces que alimentan un mar abierto, te encuentras con las ondas de mis piernas. Esta vez no me tocas. Me reincorporo.

Ríos en mis caderas, debajo del ombligo. Ríos al sur monte adentro y ríos al norte senos adentro. Si llevo mi quijada hacia mi cuello se profundiza mi gruesa papada. Me devuelvo. Te muestro mis dientes y notas cómo la altura de mis mejillas pareciera esconder mis ojos y mis labios. Sin embargo, te aseguro que no esconden mi alma y tampoco callará mi discurso contra la gordofobia. Trago saliva, controlo mi respiración y me repito que asumiré dignamente este recorrido programado.

La actividad número uno será que me acompañes a buscar trabajo. Pero para eso primero debo vestirme. Reviso mis pantalones uno a uno. Turco oscuro, turco claro, turco estampado, turco… ¿Qué son los turcos? Son pantalones anchos que tienen el fundillo hasta las rodillas. Son extremadamente cómodos. Pero no es el tipo del pantalón con el que se busca trabajo, quizás en la India pero en Santa Cruz no. Sigamos. Turco, vestido, falda larga, pantalón jean negro, voi-lá! Le doy vueltas y veo que los tiros que sostienen el cinturón están arrancados. Seguramente fue porque ayudé a mis glúteos en la lucha por entrar en ese pantalón. O quizás porque alguna raya intrusa se quiso asomar al sentarme. Eso no pasaría con los turcos. El defectito -del pantalón; no el mío, ¡cuidado!-, podría ser escondido por una camisa larga. Pero los hilos de la entrepierna podrían romperse bajando gradas. Descartado. Debo comprarme un pantalón.

¿Cómo es comprar un pantalón cuándo necesitas talla 50 de la retaguardia y 48 de la cintura? Pero antes, ¿cómo es comprar pantalones cuando tu talla no existe en las tiendas? Lo primero es decidir que enfrentarás dignamente pasillos vacíos de ropa para ti, pero llenos de ojos y bocas dicharacheras de las venteras. No importa si es en una boutique, un mercado o ‘los cachis’ -lugares populares de venta de ropa usada. Una vez fui a una boutique a preguntar por una blusa casual. “¿Para usted?” me dijo la ventera con su voz nasal mientras arqueó las cejas, bajó el mentón y sus ojos subieron y bajaron por mi cuerpo. Yo iba sola, pero era obvio, le preguntaba por una blusa para mi amiga imaginaria. “Sí, para mí”, le dije sonriendo. “Solo tenemos tallas únicas”, dijo. ¿Única? Para un solo cuerpo, una sola talla, una sola forma, un solo cuerpo de mujer que es común únicamente en… ¡los maniquís! Bueno, descarté las boutiques de mi lista de opciones.

En otra ocasión fui al mercado Los Pozos y entre varias voces una me dijo: “venga por aquí mamita, tengo tallas especiales”.  Más de la mitad de las mujeres no somos talla 36-38, ni S, pero resulta que la especial soy yo, ¿qué tal? Luego entré a una tienda donde no me sentenciaron. Elegí un par, y ella puso la improvisada cortina de rigor para que me los pruebe. El pantalón, como es de costumbre, me subió hasta la mitad de las nalgas. Entonces ella, una tez canela que ha debido ser la mitad de gorda que yo -no, no le alcanzaba para ser “alabada” como flaca-, se puso detrás de mí y me dijo: “Párese fuerte”. Me asusté y le hice caso. Entonces prendió el ventilador  “para que no se le prenda el pantalón”, me dijo. Luego me lo jaló con fuerza hacia arriba de un sólo tirón. No quiero pensar qué habría pasado si yo hubiera nacido con testículos. “Cuando esté sola, se hecha talco primero para que resbale”, me dijo. Ahí deduje dos cosas: las gordas andamos solas y la clave es el talco. ¡Eureka! No se trata de que se necesite estudios antropométricos para responder a los imposibles cuerpos de las  clientas; tampoco se trata de que haya una ley que garantice la producción de tallas para todo tipo de ciudadanas. No, lejos del tiesto. Aquí el asunto se soluciona con talco en las nalgas, la entrepierna y ¡porción extra en la frustración, por favor!

Luego intenté en la Feria Barriolindo. Varios pasillos, nada de ropa para mí -de nuevo-, hasta que vi algo raro: una maniquí gorda. Mejor dicho, una maniquí con las medidas de una gorda. Este era el final del arcoíris entre la luz de la tienda y mi llanto interno. No lo podía creer. Me doy la vuelta y era real: había ropa grande. Pero eran faldas tubo de colores enteros y que llegaban debajo de las rodillas. Iban combinadas con sacos manga larga de seda y con hombreras. Esta era ropa que le habría interesado a mi abuela. Así que las gordas nos existimos, y si acaso existimos, ya recibimos Bonosol -bono para las personas mayores de 60 años. Me rendí. Mientras caminaba para irme, alguien me dice: “pase, pruébese, tengo pantalones hasta la talla 56”. Alivio. Al fin una.

Si bien en Bolivia tenemos la Ley contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, ésta no nombra ni reglamenta algo específico para las personas gordas. A diferencia de lo que sucede en Argentina, por ejemplo, donde existe la Ley de Talles. Misma que exige que los comercios tengan todas las tallas en stock como una medida para luchar contra el estereotipo del “cuerpo perfecto”.

Buscar zapatos es otra historia. Calzo 37, mi empeine entra en uno de talla 39, pero el 41 es el que menos aprieta mi planta. Pero no trabajo como en la industria del entretenimiento como payaso, entonces no son una opción. Recuerdo que en un reality show llevaron a una mujer japonesa a una tienda que tenía zapatos para pies de plantas anchas. Quedé anonadada. ¿Así que eso en realidad existe? ¡Hasta antes pensaba que mi pie era deforme! Así que entendí que además de hacer ropa para Barbie, acá hacen zapatos para Barbie y yo no supe en qué momento firme para vivir en Barbie-landia. La Ley de Talles podría también alcanzar a las proporciones de zapatos ya que la mayoría de nuestros pies no son barbilandeses ni europeos, si acaso.  

Pero la tragicomedia no solo la pasamos las gordas. Una vez fui a comprar ropa con una amiga flaca. Pensé que iríamos a la primera tienda y que no necesitaría ni probarse el pantalón porque seguro cualquier 36 le tallaría perfecto. Pero increíblemente -para mí al menos- no fue así. Uno le deformaba las nalgas, otro le sacaba rollos, otro le aplanaba las piernas, en fin. De hecho, Marie Southard Ospina, activista de talla grande que hace experimentos sociales de moda y belleza, decidió probarse 10 marcas de pantalones talla 16 en Estado Unidos. Ninguno le quedó como el otro y su conclusión fue: “Nuestra obsesión con ser de la talla correcta no tienen ningún sentido. Tratar de definir una talla es equivalente a tratar de definir un color. Hay cosas que requieren un mayor y mejor uso de nuestra energía mental”.Mientras que Fatema Mernissi, una feminista árabe, fue más radical. Ella y su velo se fueron por las calles de Estados Unidos a buscar ropa y no entendió a qué se referían cuando le preguntaron por su talla.Entonces dijo que: “A diferencia del hombre musulmán que considera a la mujer según el uso que haga del velo, en Occidente son sus caderas orondas las que la señalan y marginan. El poder del hombre occidental reside en dictar cómo debe vestirse la  mujer y qué aspecto debe tener”. Muchas otras feministas habrían asentido ya que reconocen la dieta y la belleza como formas de oprimir y adormecer a la mujer.

¿Te das cuenta? No se trata de hacer dieta o ir a una fábrica de zapatos para hacerse hacer un par a la medida de una (que lo hice). Tampoco se trata de ir a la costurera que sepa dónde poner las costuras de acuerdo a cada cuerpo (que también lo hice). Se trata más bien de un sistema que nos inocula por todas partes un único modelo de belleza. La consecuencia es que uno se avergüenza de que le sobre piernas, le falte cuello, le sobre abdomen, le falte senos. Es decir, uno se avergüenza de no tener el peso ideal, el cuerpo modelo.

Un ideal que por cierto es arbitrario y subjetivo. Los últimos veinte años la talla de las modelos redujo de 42-46 a 36-38, según el estudio realizado por la fotógrafa Katya Zharkova. Que también es posible apreciarlo en varios videos colgados en YouTube  que muestran como el modelo de belleza único ha ido cambiando con el tiempo. Otro video que muestra crudamente como a través de la historia han aumentado la cantidad de intervenciones para alcanzar el ideal: se requiere de liposucciones, extracción de costillas, implantes, botox y otros para ser flaca, joven y blanca por siempre. Este ideal es imposible. Varios estudios indican que si la Barbie fuera real, tendría que andar a gatas, porque su abdomen no podría sostenerse y no habría espacio en su cintura para que entren todas sus vísceras. Esto ha impulsado a Nicollay Lamm a hacer Lammily: un prototipo de una Barbie con el cuerpo real de la mujer promedio. Hace unos años se estableció la ley para que las modelos no sean anoréxicas, aunque las medidas que les piden rayan hasta ahora en la anorexia, según Katya Zharkova.  

Recuerdo cuando era preadolescente y recibía mis ideales de mujer desde la televisión y las publicaciones escritas de farándula. Veía que las modelos posaban con las manos en la cintura, y sus dedos casi se acariciaban cerca de su ombligo. Me fui frente al espejo, puse mis manos en mi cintura, pero para que mis dedos se acaricien, tenían que cruzar un mar rojo dividido por Moisés mientras los israelitas lo cruzaban. Luego llegó internet a mi vida y con él el feminismo. Dejé de enterrarme la cabeza mirando el Miss Bolivia en la televisión y siguiendo a las Magníficas en los periódicos y revistas. Empecé más bien a expandir mis horizontes y cultivarme al leer espacios feministas y sus discusiones sobre acoso callejero, maternidad,  aborto, domesticación, una belleza versus las bellezas, entre otros. Pasó mucho tiempo hasta que me topé en Facebook con “Stop Gordofobia”, una FanPage latinoamericana. Ahí me sentí en el edén.

Si bien la gordofobia es un concepto en construcción, a grandes rasgos “alude al miedo o desagrado exagerado a la gordura propia o la de otros”, dice Wikipedia. Navegando sin rumbo encontré un video donde muestran una pizza que empieza a ser ‘photoshopeada’ hasta ser convertida en una mujer ideal. Es decir, los medios y la publicidad nos venden un modelo inalcanzable que no existe fuera de los programas de edición de imágenes. Desde entonces, cada que veo alguna publicidad con modelos, deseo pizza. Otra intervención notable fue la de ¿cómo se verían las princesas de Disney si tuvieran cinturas reales? La Sirenita ya no necesitaba prescindir de sus órganos, y Bella  ya no necesitaba un corsé que la ahogue, entre otras. Junto a “Stop Gordofobia” hay otras iniciativas cuya bandera es: “todos los cuerpos, todas las bellezas”.

Bueno, me pondré el pantalón de tela y una camisa. Pero antes, te propongo que almorcemos. Te advierto que hoy vienen algunos tíos y tías a comer, y su tema favorito es qué comer, qué no comer, qué alimentos engordan, el último jugo mágico o la última dieta comprobada en una importante universidad de Estados Unidos. Sucede que cuando se es gorda, la gente te da consejos sin que uno se los pida. Creen que leen la mente pero en realidad la leen mal. “Cualquiera se siente con derecho a invadir tu vida personal y te dicen que tienes que hacer dieta o te juzga por los estereotipos como sexualizada, perezosa o descuidada”, dice Haywood de adiosbarbie.com

Además, resulta que se preocupan por la salud de uno nada y más y nada menos que ellos: los sanos y perfectos. Eso es muy recurrente, dan opiniones de uno sin que les sea solicitado, y esa agresividad la esconden bajo el disfraz de “me preocupo por tu salud, tu bienestar”. En el mundo mueren al año un millón y medio de niños por diarrea y otro millón y medio por falta de agua. O incluso ellos mismos tienen gastritis, algún dolor muscular, alguna vértebra apretada, alguna muela “chía” y seguro necesitan ir a terapia para no dejarse manipular por la matrix. Pero resulta que están preocupados por nosotros los gordos. Ellos, ustedes, aparentemente tan abnegados, están -como dice un graffiti- “incómodos con la belleza que no es para consumo”, que no consume ni adormece. A propósito de la millonaria industria primaria, secundaria y terciaria que mueve millones a costa de quitarnos la libertad de elegir qué cuerpo queremos tener.  

En un almuerzo familiar, un tío me dijo una vez: “Te deberías ir a Jordania. Vi en la televisión que allá a los hombres les gustan las mujeres gorditas”. No, no era un chiste, lo dijo en serio. Así que de nuevo resulta que las mujeres gordas estamos solas, no tenemos pretendientes, no tenemos vida sexual y estamos desesperadas por un hombre -no por una mujer porque gorda y lesbiana sería “el colmo”. “¿Cómo es, tenés cortejo o no tenés?” era la pregunta infaltable de mi abuelo. Hasta que un día le confesé: “Cortejo no. Como a la carta y me gusta internacional, papá”. Nunca más me preguntó y ahora recuerda la anécdota entre risas.

Sorprende que una gorda se defienda, ¿no? Nuestra cultura no solo promueve una feminidad flaca y con cara de niña, sino además una feminidad sumisa y que solo puede ser musa, no creadora. Mucho más si se es gorda: hay que sonreír, callar, mirar para abajo. Básicamente andar con vergüenza todo el tiempo: sintiéndose horrible e inútil.

Mejor busquemos algo de comer al paso. Una vez como ésta, iba caminando a casa. Un taxi se detuvo y el conductor me miró de frente y me gritó: GOOOOOOORDAAAA. Casi le dije: “HOMBREEEE, ALTOOOOO, MOREEEEENO, CANOSOOOOO”, pero no estábamos jugando a describirnos. Él estaba tratando de insultarme. Gorda es la palabra que describe mi cuerpo. No debería darte pena usarla, porque seguro no te daría si me tuvieras que decir flaca. Aunque en realidad ambas son igual de ofensivas: son descripciones de mi cuerpo que no te he preguntado. Por ende, por respeto, no tienes derecho a decirme ninguna de ellas, por real o falsas que fueran.

Si el taxista me hubiera dicho “INDIAAAAAAAAAAAAA”, quizás si habría alcanzada para que lo demande con la Ley 045. Esta ley, aunque no nombra nada sobre gordos, gordas o tallas, en su artículo 5 nombra “apariencia física” como una de las causas de discriminación junto a sexo, origen, religión, discapacidad, entre otras. En su artículo 6 nombra “contrarrestar el sexismo, prejuicios, estereotipos y toda práctica de racismo y/o discriminación”.  Este artículo está en sintonía con la violencia mediática, una de las 16 formas de violencia. Es concebida como la “publicación publicación y difusión de mensajes e imágenes estereotipadas que promuevan la sumisión de las mujeres o hagan uso sexista de su imagen como parte de la violencia mediática, simbólica y/o encubierta” establecida en la Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia (348).

Llamativamente, los delitos racistas reciben tres a siete años, mientras que los delitos de discriminación reciben no a cinco años. Que te llamen india entonces es más grave en comparación de que te digan gorda con saña.

De todas maneras, el Parágrafo III del Artículo 14 de la Carga Magna  dispone que “el Estado garantiza a todas las personas y colectividades, sin discriminación alguna, el libre y eficaz ejercicio de los derechos establecidos en esta Constitución, las leyes y los tratados internacionales de derechos humanos. Entonces ¿qué hay de mi derecho a ser gorda?

El artículo 20 del Reglamento de La ley 045 aclara que no constituye racismo ni discriminación: “la exigencia de requisitos relativos a la integridad física y la salud corporal en las escuelas de formación de ciertas profesiones, artes, deportes u oficios que por su naturaleza los demanden”. Aunque los policías son gordos, y nadie va por la calle gritándoles que son gordos. Quizás se salvan porque son hombres.

En los anexos del reglamento de la Ley 045 se habla  de los jóvenes y la migración, pero no de los jóvenes y los estereotipos. Y dicen “talla” solo como parte de la palabra detalladlo.

Llegué a mi entrevista de trabajo. En el anuncio decía que había que tener buena presencia. Supongo que no se refieren a que sea gorda, después de todo mis kilos no me restan eficiencia, ¿no?

 

DESPUÉS

Estatura: 1,53 centímetros

Peso      : 99,200 kilogramos

Medidas: 114 - 93 - 132  

CUERPO LIBRE

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