Mabel Franco / La Paz
Eugenio es lo que se dice un patrimonio andante. Su oficio se remonta, según se ha investigado en España, al siglo XVII. En Wikipedia se considera que el afilador, dada la sociedad consumista que se impone, ya es historia; pero este hombre nacido en Escoma, provincia Camacho de La Paz, demuestra que está vivo y rodando por calles de ciudades y de pueblos. Quedan pocos, ciertamente, pero quedan como ejemplo de que en el país todavía se reúsa, se corrige, no se bota los cuchillos de buenas a primeras.
Eugenio es lo que se dice un cuentapropista. Uno de los cuatro de cada diez trabajadores que en Bolivia no tienen un empleo seguro, un salario fijo, aguinaldo (doble desde 2013), prestaciones sociales ni ningún otro beneficio.
El escomeño, que no tiene más de 30 años de edad, dejó su pueblo y la labor agrícola para viajar allí donde se necesite sacar filo no a la vida, necesariamente, sino a cuchillos, machetes y otros instrumentos que él deja peligrosamente a punto.
Según publicó el suplemento El Financiero del diario La Razón, el 1 de mayo de 2014, en el país había algo más de dos millones de personas con oficio por cuenta propia, mientras que los asalariados eran casi medio millón menos.
La máquina que le permite al trabajador esos viajes es una especie de Frankenstein: una rueda reciclada de motocicleta, una banda de goma, una piedra esmeril y fierros soldados para unirlo todo. “Hay para comprarla armada en Cochabamba; cuesta como 1.500 bolivianos”, se refiera a la estructura que empuja durante unas tres semanas por distintos puntos de La Paz y que luego lleva a Yungas y de allí adonde sus ganas y el mercado de los filos le lleven.
Las personas que trabajan en el departamento de La Paz eran, según el Censo de 2012, 1.335.947. De ellas, 680.061 eran cuentapropistas.
Los clientes se alegran al escuchar el sonido en degradé con que se anuncian los afiladores, una tradición gallega, quién lo iba a decir. Tal música se obtiene con una flauta de pan hecha de plástico, que Eugenio revela que consiguió en el mercado de Santa Cruz de la Sierra y que él llama zampoña. Sopla entonces y provoca que las amas de casa asomen a las puertas con cuchillos, tijeras o aspas de licuadora, los que revivirán por Bs 4 cada uno.